EL MURO DE ENCAJE
Carme García Gomila

Sol Eterno Del Verano 2 (Large)

Erase una vez un vikingo llamado Olov. Había nacido cerca del Mar Que Se Hiela, en una aldea de pescadores que se embarcaban durante el verano para buscar los caladeros más ricos allá donde se hallaran y cuidaban rebaños de renos durante el largo invierno. Olov, al contrario de lo que les sucedía a otros muchachos, nunca se sintió atraído por las hazañas que contaban los guerreros del pueblo vecino, historias de batallas y destrucción y sólo quería ser pescador como lo fueron su padre y su abuelo. Quería ver sobre el mar el Sol Eterno Del Verano, los soplidos de las ballenas, el brillo de las olas y el pescado saltando sobre la cubierta. Quería dormir bajo las velas hinchadas y mecerse en las calmas y luchar con las galernas. Así que desde los trece años se hizo a la mar con el barco robusto de su padre de quién aprendió el oficio.
Cuando contaba diecisiete años, un viento favorable les hizo llegar a Tierras Lejanas. Qué hermosura los acantilados altivos y las playas suaves. Qué paz aquella tierra cubierta de hierba y los pájaros que parecían ruidosos copos de nieve de tantos que había. Encontraron una pequeña bahía y decidieron bajar a tierra para recoger agua y si encontraban, algunas bayas que les hicieran más dulce el viaje de regreso. Olov se entusiasmó en sus andaduras y se alejó del mar, y ascendió hacia los prados que llegaban hasta el borde del acantilado. Todo le parecía tan sorprendente en aquella tierra de prodigios que andaba riendo como si fuera un bobo creyendo que ya no se podía ser más feliz. Pero andaba muy equivocado, sí que podía ser más feliz. En estas estaba cuando vio que, no muy lejos de allí, la hierba brillaba como el cobre bajo la insistencia del Sol Eterno Del Verano. Se acercó para ver de qué se trataba. Una muchacha tendida sobre la hierba cantaba una canción suave que conmovió a Olov. Se acercó más y vio que la mancha de cobre sobre la hierba era la larga melena de la muchacha que se secaba al sol. No sabía qué hacer, se tumbó en el suelo, siguió escuchando la suave canción y por primera vez supo lo que era el amor. Tímidamente silbó la melodía, tímidamente se levantó, tímidamente dio pasos lentos hacia la muchacha y tímidamente le sonrió. La muchacha lo miró de arriba a abajo, y de abajo a arriba y se incorporó. Quedaron uno frente a otro y bajaron la mirada sonrojados. Ella comenzó a trenzar su larga melena cobriza en silencio y cuando hubo terminado enrolló sobre su cabeza la trenza de forma que parecía el caparazón de un caracol rojo. Le tendió la mano a Olov y dijo: Soy Freya.
Muchas cosas ha visto el Sol Eterno Del Verano, pero cada vez que asiste al nacimiento de un amor como aquel, no puede dejar de lanzar destellos más brillantes de lo contento que está. Ella lo llevó a su aldea con andares decididos, abrió la portezuela del jardín de su casa y le invitó a pasar. La madre andaba batiendo mantequilla y el padre partía leña para el invierno.
– Mirad padres, he encontrado un amigo.
Olov saludó como le había enseñado su madre y rechazó dos veces el vaso de leche que le ofrecieron, a la tercera lo aceptó. Contó su viaje, habló de su aldea y del Mar Que Se Hiela, de los soplidos de las ballenas y de las astas de los renos y los invitó a visitar el barco de su padre. Los padres de Freya notaron enseguida el brillo en los ojos de su hija, el tono más cantarín de su voz y el rubor de sus mejillas, se miraron y pensaron que pronto perderían a su hija.
Cuando los cuatro llegaron al barco, el padre de Olov les invitó a probar el guiso de pescado fresco que andaba cocinando, los pescadores rieron con ganas con los cuentos que les desgranó el padre de Freya y eso que apenas entendían su lengua y todos acabaron cantando con nostalgia las canciones de su tierra. Freya y Olov se apartaron del grupo y con palabras torpes y gestos nuevos se mostraron el amor que acababan de estrenar.
Pocos días de negociación fueron necesarios para que los padres acordaran casar a los muchachos. Freya partiría hacia el norte con Olov y dejaría su pueblo, sus prados cuajados de ovejas y los acantilados que plantaban cara al mar, lógico era pues que, en contrapartida, la boda se celebrara en Tierras Lejanas. Al día siguiente de la fiesta se embarcaron de regreso a la aldea de Olov, a orillas del Mar Que Se Hiela.
Llevaban bastantes años casados y felices pero no llegaban los hijos ansiados. Mientras Freya cepillaba y trenzaba sus largos cabellos o realizaba sus preciosos encajes de bolillos, murmuraba oraciones a Todos Los Dioses Que Conocía y Olov, cuando lanzaba las redes en las frías aguas o trasladaba los rebaños de renos, también murmuraba oraciones a Todos Los Dioses Que Conocía. Finalmente las oraciones murmuradas fueron escuchadas y atendidas y Freya pronto mostró una barriga llena de vida.
No lejos de la aldea, vivía el Más Goloso De Los Trolls. El inviernos se acababa y el ruido de sus tripas se adelantaba a la llegada del Sol Eterno Del Verano. Así que decidió bajar a la aldea para robar ganado. Como cada noche, Freya estaba cepillando su larga melena de cobre. Canturreaba canciones de cuna entrenándose feliz para cuando llegara el niño. Olov había partido ya con el barco para la primera pesca. No se alejaría mucho, pues quería estar presente cuando llegará el bebé. A la luz de la vela estaba más hermosa si cabe, su tez blanca, su cuerpo rollizo, su barriga preñada… cuando el Más Goloso De Los Trolls la vio por la ventana.
– Oh, que manjar más delicioso! – exclamó babeando sin decoro. Qué más da que haya pactado no comer carne humana. Desde cuando los trolls tenemos palabra!

Y sin titubear, de un manotazo reventó la ventana y entró en tromba en la habitación, tomó a Freya en volandas y se la llevó. Freya gritaba pero las casas vecinas estaban lejos y en su desespero sólo pudo agarrarse a un girasol del jardín creyendo que así podría detener los fuertes pasos del troll. No fue posible, pero Freya era una mujer lista. Apoyada sobre la espalda hedionda del troll iba echando semillas de girasol que al contacto con sus lágrimas brotaban en el suelo todavía húmedo del final de primavera. Así su camino quedó señalado con una hilera de girasoles. Al llegar al río, las semillas se terminaron. El Más Goloso De Los Trolls cruzó las frías aguas sin inmutarse, y cada vez corría más rápido para llegar a su cueva antes que amaneciera. Con una sola mano apartó la piedra que tapaba la entrada y se metió en su maloliente guarida de troll. Dejó a Freya en el fondo de la cueva y encendió un pequeño candil que había hecho con un caparazón de caracol y unas hebras de musgo. Cuando la luz llenó la cueva, el Más Goloso De Los Trolls vio como brillaba la belleza de Freya, su tez pálida, su larga melena roja desparramada y su vestido de terciopelo verde resplandecía entre los desperdicios de sus banquetes. Espinas de trucha y grasa de foca, pieles de reno y huesos de niño, y extrañamente, se avergonzó. Con gesto torpe de quien nunca limpia, apartó hacia un rincón los detritus, y colocó a Freya en la parte que había limpiado. Al Más Goloso de los Trolls le pareció que había perdido la fuerza, no podía dejar de mirar a la mujer que le desafiaba con sus ojos verdes y sus cabellos rojos. Ya no lloraba, ahora ella estaba furiosa y esto intimidaba al troll. Pero seguía siendo tan bella… que no podía quitarle los ojos de encima y se sentía el Más Débil De Los Trolls. Y Freya se dio cuenta. Ella sabía que los trolls podían ser las más indecentes y hediondas criaturas de la tierra, pero nunca se había tenido conocimiento de un troll que fuera listo, así que empezó su treta para salvarse.
– Ya veo que admiras mi belleza, pero pronto tu estómago te dirá que me devores y bien tonto serás si lo haces, pues en unos pocos días tendré un bebé, que es tu bocado favorito y no podrías probarlo si me comes ahora mismo.- Freya miraba fijamente al Más Goloso De Los Trolls consciente de que sin ayuda del exterior jamás podría escapar de la cueva.
– Oh, es una buena noticia. Nunca probé este manjar que mis antepasados tanto gustaban. Esperaré, esperaré…- dijo balbuceante.
– No te hagas ilusiones, si decides esperar yo podría escaparme y tú te quedarías sin nada. Mira, tejeré una cárcel alrededor mío y así podrás dormir tranquilo.
Y sin pensarlo dos veces, Freya empezó a desprender las pequeñas estalactitas de la cueva que brillaban tenuamente a la luz del candil y con destreza fue arrancando uno a uno sus cabellos y los enrolló en las finas piedras convirtiéndolas en bolillos. El Más Goloso De Los Trolls estaba perplejo y contemplaba a la mujer con incomprensión y curiosidad. Poco a poco un fino encaje de cabellos color cobre separaba la mujer del troll. Freya tejía palabras de amor y dibujos de lo que amaba: el barco de Olov, su casa en la aldea, una cuna, un rebaño de renos, salmones saltarines y más palabras de amor. En unos pocos días, el trabajo estaba terminado y la melena de Freya había desaparecido dejando al descubierto una blanca cabeza inteligente y todavía hermosa. Ahora sólo esperaba que su Olov hubiera regresado a la aldea y viniera a buscarla antes que naciera el bebé. No sabía cuánto tiempo tendría efecto su treta, ni cuánto tiempo duraría la fascinación del troll. A menudo oía con terror los ruidos que hacían las tripas del monstruo y temblaba asustada. Entonces cantaba canciones de cuna, acariciaba su barriga y se tranquilizaba. Por suerte, esto también tranquilizaba al troll que se quedaba dormido como un lirón.
Cuando Olov llegó a casa con su carro cargado de pescado para secar y vio la ventana rota, los destrozos en la casa y no encontró a Freya temió lo peor. Todavía quedaban en el barro las huellas del troll cuando huía. Entonces se fijó que también había girasoles cada veinte pasos y los siguió desesperado, corriendo todo lo que le permitía el aliento. Y corría y lloraba, y lloraba y corría pero no se detenía ni un segundo. Al llegar al río ya no vio más girasoles. Se preguntaba desesperado dónde estaría la guarida del troll. Se detuvo en medio del rio mirando alrededor sin saber hacia dónde seguir. Entonces alguien le salpicó agua en la cara.
-Eh, tú, vikingo – dijo un salmón que saltaba entre las aguas. Debes andar buscando a la mujer hermosa de pelo rojo que raptó el Más Goloso De Los Trolls.
– Así, es. ¿Sabes acaso dónde se encuentra?
– Sigue al Más Viejo De Los Salmones y te llevaré frente a su cueva. Te estoy esperando desde hace un par de semanas. Cuando los vi, pensé, seguro que vendrán a por ella. Su cueva está cerca del rio, así que puedo guiarte hasta allí. Ya no tengo prisa para el desove, soy demasiado viejo ya para estas cosas, pero bastante fuerte todavía para remontar la corriente y ayudarte a salvar a tu mujer.
Y así fue, Olov seguía los saltos del salmón rio arriba y ni uno ni otro detenían la marcha. Eran incansables. En unas horas interminables llegaron frente a la cueva del troll. Olov intentó mover la roca que hacía de puerta pero no pudo y lloró de impotencia junto al arroyo. Entonces el Más Viejo De Los Salmones habló de nuevo.
– Mira Olov, si el Más Goloso De Los Trolls no se ha comido todavía a tu mujer debe estar muy hambriento. Yo haré de cebo para que salga, no soy un bocado despreciable, ya ves que los años han hecho de mi un buen cebo. Y ya sabes cómo gritamos los salmones cuando vamos de desove, seguro que desde dentro de la cueva lo oirá y no podrá resistir venir a pescarme.
– Gracias, pero no puedo permitir eso. Tú eres mi amigo, no puedes ofrecerte a ser bocado de troll!
– Sí que puedo. Primero porque este es mi último viaje, y qué más da morir un día o al siguiente. Además, no sólo soy el Más Viejo De Los Salmones, también soy de los más listos y si te fijas estamos ya en el momento del Sol Eterno Del Verano, así, que si hago mucho ruido en la corta noche, quizá el troll no me pille y en cambio le pille a él un rayo de sol y lo convierta en roca.
– No sé qué habría hecho sin ti. No podía pensar en nada, tan grande es mi dolor. Freya y el hijo que espera están en la cueva de ese horrible troll… Hagamos lo que tú dices y esperemos pues, que llegue la noche más corta.
Y así hicieron, descansaron en el rio, uno dentro, el otro fuera del agua, hasta que el sol fue bajando tras los montes. Entonces el Más Viejo De Los Salmones y Probablemente También El Más Listo empezó su antiguo y penetrante grito. Con su fuerte cola se impulsaba fuera del agua y caía con estrépito. Y así un minuto, y otro minuto, y otro minuto. Descansaba un momento y Olov observaba desde un escondite la entrada de la cueva. De nuevo el salmón se impulsaba con su fuerte cola y saltaba fuera del agua y caía con estrépito, una vez y otra vez, un minuto, y otro minuto, y otro minuto.
Freya oyó el canto desesperado del salmón. Ella también tenía ganas de gritar pues los dolores le avisaban de que el bebé iba a llegar y, sin saber que también Olov estaba fuera, tentó al troll.
– Mira, me parece que quedan todavía unos días para que nazca el bebé. Serías tonto si despreciaras la oportunidad de darte un banquete de salmones. Además, como estás debilucho, hasta yo podría romper las rejas que he tejido y escaparme…
– Eres una mujer lista. Creo que tienes razón. Comeré salmones y esperaré ya más fuerte a que nazca el bebé, no vaya a ser que rompas las rejas que has tejido y te escapes.

Y así fue como el Más Goloso de los Trolls apartó la roca que tapaba la entrada de su puerta. Era una noche tenue, apenas era noche, pero el estómago del troll se excitó al ver en el rio el brillo del Más Viejo De Los Salmones que saltaba y gritaba mostrando la potencia de sus apetitosas carnes. Y se abalanzó hacia él. Pero no estaba previsto que el Más Viejo De Los Salmones y Probablemente También El Más Listo fuera una presa fácil. Saltaba y no daba tregua al troll. El troll era torpe y estaba débil y nunca había visto un salmón tan huidizo. Se estaba enfureciendo y cada vez daba golpes que se acercaban más al salmón. Y así un minuto, y otro minuto, y otro minuto. Olov contemplaba la lucha arrepentido de no haber elegido ser un guerrero en vez de un pescador que necesita la ayuda de un pez. Esperaba impaciente que amaneciera, pero de repente oyó un llanto dentro de la cueva. No pudo aguantar más y sin ser un guerrero entró. Allí, a la luz tenue del candil hecho con un caparazón de caracol y unas hebras de musgo vio los encajes que había hecho Freya. Y detrás de los encajes a una mujer de piel muy blanca sin pelo que tenía un bebé en el pecho.
– Freya! Freya! – y traspasó el encaje en un momento y se abrazó a su amada. – Ya pasó todo Freya. Ya estoy aquí.- Y los cogió en brazos tiernamente.
Cuando salieron de la cueva vieron a lo lejos las antorchas de los vecinos que al ver el pescado de Olov pudriéndose en el carro y los destrozos en la casa y no encontrar a Freya habían salido a socorrerlos. En el rio el troll seguía intentando cazar al Más Viejo De Los Salmones y Probablemente También El Más Listo. El troll vio también las antorchas pero ya nada más que el salmón le importaba. Era algo personal. Entonces, el Sol Eterno Del Verano deslizó su primer rayo tras el monte y el troll apenas tuvo tiempo de darse cuenta de que se estaba convirtiendo en roca. Olov corrió hacia el rio y vio a su amigo sonriente.
– Lo has vencido! Gracias amigo. Oh tu, el Más Viejo De Los Salmones y Seguro Que También El Más Listo! Mira, aquí están mi esposa y mi hijo! Ahora morirás como un salmón valiente.
– No lo creas Olov. Esta lucha me ha dado nuevas fuerzas. Subiré rio arriba y participaré en el desove, me han vuelto las ganas, quizá no soy tan viejo todavía. Además, tu hijo necesitará que mis hijos vuelvan al rio cada verano. Que seas muy feliz.- Y remontó la corriente como un chaval desapareciendo bajo los primeros rayos del Sol Eterno Del Verano.
Cuando llegaron los vecinos, se alegraron de encontrar sanos y salvos a Olov y a Freya e hicieron grandes alabanzas del bebé, un niño al que decidieron llamar Abo, el nombre secreto del salmón. Entraron en la cueva y quedaron tan admirados por los encajes hechos con los cabellos de Freya, que decidieron dejarla bien limpia. Desde entonces, los musgos ocultan la piedra que un día fue un troll y los enamorados se hablan de amor en la cueva tras el Muro de Encaje de Freya, y a la lumbre de un candil hecho con un caparazón de caracol y unas hebras de musgo se besan en silencio. Y cada verano, cuando los salmones remontan el rio, Freya, Olov y Abo les saludan con flores de girasol y recuerdan al Más Viejo De Los Salmones y Seguro Que También El Más Listo que Fue El Mejor Amigo y el Padre De Los Salmones Más Valientes.
Y así sucedió en el País Del Mar Que Se Hiela cuando llegó el Sol Eterno del Verano y quién no lo crea peor para él, pues no probará nunca el bocado de la Libertad.