Foto Ofelia Marco – Viaje a Groenlandia

Concurso de Relatos 2016

  • Nombre y apellidos del autor/a: Ferrán Perxas
  • Viaje realizado: Tasermiut, Groenlandia.

En Tasermiut, montamos una hoguera y nos dedicamos a leer cuentos inventados o conocidos para desearnos las buenas noches.
Este fue uno de ellos, y fue leído para PEDRO, NEREA, ESTHER, ANDRÉS, MARINA, LUCÍA, BEATRIZ, PABLO, MARI, GUILLEM, GABRIEL, FERRAN y los escaladores/Bomberos catalanes, TITO y TATO. 

Sartoq plantó las patas demasiado cerca de un pueblo inuit que ya ha dejado de existir. Olfateó el aire y al mismo tiempo que sus tripas empezaban a rugir, escogió un rastro y empezó a andar hacia el sur. Una mole de piel blanca y gris, con garras y colmillos que solo la carne fresca conseguiría aplacar.

6 km más lejos, el pueblo empezaba a despertar, Anuq, como era habitual, ya estaba despierta secando el bacalao o cualquier tarea que tocara para esa mañana. Siempre en pie antes de que sus padres o el resto del poblado empezara a abrir los ojos. No es que le gustara madrugar, simplemente los sueños eran demasiado intensos como para soportarlos una noche entera. Eran recurrentes, en ellos viajaba dentro del corazón de las personas, bebía de sus sentimientos hasta emborracharse de lo que albergaban, fuera odio o amor; soñaba hasta su límite tomando tanto de aquellos latidos que creía perder su propia psique dentro de un cuerpo que le era ajeno.

Lo había hablado con su abuela, la más parecida a una chamán dentro del pueblo. Habían probado leerse el corazón sin soñar, estando despiertas, pero nunca habían tenido éxito. Aquella mañana, su padre se levantó a cazar con tres de sus compañeros. Las focas habían infestado la región y el salmón empezaba a escasear. Los despidió con la mano al tiempo que seguía con el pescado.

Satoq se paró en seco, sus potentes garras clavadas en la nieve y el morro vibrando con excitación. Había olido comida, camufló su cuerpo y esperó tenerla más cerca, la paciencia hace al cazador.

Los cuatro cazadores estaban sentados despellejando las focas, la cacería había sido bastante buena, como para pasar una semana bajo el frío sin necesidad de salir a por más. Sin embargo nunca tuvieron oportunidad de disfrutarlo. Satoq embistió  como  una avalancha de nieve y roca, como un viento de invierno que quiebra las pieles y llega al corazón. Los cuerpos cedían ante sus garras como ramas secas de final de verano. Satoq había terminado, pero la sangre aún latía, de donde habían salido cuatro, encontraría a más.

Anuq, se levantó con sus ojos negros apuntando al norte, la inquietud creciente le recorría el cuerpo, y le dolía la cabeza hasta casi mantenerla en un mareo constante. Se sujetó en un banco cercano para dejar pasar una intensa punzada de dolor y no perder el equilibrio mientras se le nublaban los ojos. Se desperezó como pudo intentando volver a ganar el control de su cuerpo, justo antes de incorporarse totalmente, leyó dos palabras en su mente que se marcaron a fuego en su psique como un grito con voz conocida: “¡Anuq, corred!” Y corrió, pero, llena de valentía, corrió en la dirección contraria a la que la mandaba el grito. Reunió a las mujeres y hombres más fuertes del pueblo, se armaron con sus mejores arpones, y se lanzaron nieve adentro con sus trineos.

Cuando llegaron, la escena era un cuadro que rompía los corazones más bizarros. Satoq les esperaba cual némesis venida de los infiernos más helados y azules, sentando en su trono labrado en huesos y sangre. Los guerreros pararon en seco, horrorizados, trabados por el temor. Solo Anuq fue capaz de seguir andando. Pese a las advertencias de los demás se plantó en seco frente a la bestia. No dedicó ninguna mirada a los caídos, pues ya había despedido a sus almas. Solo tubo ojos para aquel animal, levantó la barbilla y esperó.

Colmillos frente a la voluntad, garras contra la fortaleza, fuerza desafiando al espíritu.

Satoq saltó adelante sin demora, Anuq se mantuvo en su lugar, mirada al frente, con el temor lejos del alma y una sensación de paz en su interior. Las fauces se cerraron en su piel y, sin embargo, no sintió dolor mientras Satoq la desgarraba, solo tenía que aguantar un poco más. Cuando la sangre de Anuq entró en la boca de la bestia, empezó a moverse fusionada en uno con el animal. Recorrió venas y arterias que le eran desconocidas, buscando el latido de un corazón ajeno, tal y como había hecho en sus sueños. Siempre empujando hacia dentro, con la valentía de los que se saben perdidos. Así encontró lo que buscaba, una mente animal, primitiva, feroz, maleable.

Cuando volvió a abrir los ojos fue para ver a los guerreros de su pueblo, mirando, esperando, aún perplejos en su miedo.

Bajó la gigantesca cabeza y se estiró patas arriba mirando las estrellas una última vez des de aquella perspectiva terrenal. Cerró fuerte los ojos y fingió dormir, mientras mil arpones se le clavaban en su piel.

Cuando su carcasa de piel ya no respiraba, ante los ojos de los guerreros salió de la carne como una columna de luz en fuga hacia la noche. Trazando colores verdes y blancos, danzando un vals con el firmamento.

Desde entonces, todos aquellos que ven una aurora, exponen sus corazones a recibir un poquito del valor que mostró Anuq, convirtiéndose en guardianes inquebrantables de todo lo que les es querido y preciado.