MI (PRIMER) VIAJE AL ÁRTICO: PALLAS OUNAS-TUNTURI

LAPONIA FINLANDESA.

 

No he pegado ojo en toda la noche. Desde que me acosté a la una menos cuarto, no he dormido nada. Me desperté sobre las tres de la madrugada y desde ese momento estuve en una especie de duermevelas hasta que un poco antes de las seis, harto de dar vueltas, decidí levantarme. Al menos así tendré tiempo para ducharme y desayunar con calma antes de que venga a buscarme el taxi que ha de llevarme al aeropuerto; además, tiempo tendré de pegar una, o dos, cabezadas hasta que llegue a mi destino: el Círculo Polar Ártico, más concretamente el parque nacional de Pallas Ounas-Tunturi, en la Laponia finlandesa.

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Mientras me ducho pienso que hasta ahora ningún viaje me había quitado el sueño; tal vez sea la novedad del destino o lo que se me ha resistido; la fractura de mis dos muñecas frustró mi primer intento y una protusión, el segundo, lo que motivó que Marilia, mi mujer, medio en broma, medio en serio, me dijese que por qué no lo olvidaba, que si no veía las señales. Sin embargo, seguro que en alguna ocasión habéis oído hablar de la tenacidad de un explorador polar, pues eso, a pesar del pequeño detalle, sin importancia, de que este “explorador” jamás ha pisado el Polo. Al final, parece que el refrán que va a prevalecer es “a la tercera va la vencida”, me preocupaba que pudiera ser “no hay dos sin tres”, pero no, ganó el que tenía que ganar. El caso es que aquí estoy, con la ilusión de un niño pequeño ante mi primer viaje al Ártico.

 

 

La exploración polar me ha llamado la atención desde siempre; robando horas al sueño he acompañado a Shackleton en la Antártica y a Nansen en el Ártico; he hecho el peor viaje del mundo con Cherry Garrard, el doctor Wilson y “Birdie” Bowers; he formado parte de la Expedición Circumpolar Mapfre’92… es más, mientras escribo estas líneas estoy circunnavegando el Inlandis groenlandés en un trineo de viento y ya tengo en mente realizar la Quinta Expedición de Thule con Knud Rasmussen, en busca de un grupo de inuit que todavía no ha tenido ningún contacto con el exterior.

 

 

Si, amigos, la exploración polar es apasionante, aun cuando en ocasiones tenga algún que otro momento más o menos durillo. Lo pasamos mal cuando se hundió el Endurance, ¿verdad, Ernest?, ¿te acuerdas de la humedad metida en los huesos en la travesía hacía la isla Elefante?, ¿qué decir del momento en que Nansen, Johansen y yo decidimos abandonar el Fram para dirigirnos al Polo Norte Geográfico?, ¿Recuerdas, Fridtjof, cuanto tuvimos que nadar hacía el kayak que se llevaba todos nuestros enseres, y con ello nuestras posibilidades de salvación?. Yo sí, lo recuerdo como si fuera ayer, siento el frío clavándose en mis huesos, paralizándome mientras pensábamos que daba igual ahogarnos en el intento que volver al hielo sin los kayak, pues las posibilidades de salvación eran las mismas. También tengo grabado a fuego, Cherry, el frío que pasamos cuando fuimos a buscar los huevos del pingüino emperador, todavía siento la humedad del saco de dormir, como recibíamos con alivio el amanecer para dejar de pasar ese frío infernal y el pánico que sentimos cuando la tienda de campaña salió volando.

 

 

Si, he pasado frío con ellos, he temblado ante las ventiscas, he pasado hambre, miedo…; pero también he disfrutado con su compañía, con su tenacidad, con su entereza, con su espíritu aventurero. Para que nos vamos a engañar, hemos disfrutado como enanos en las veladas del Fram o en las del Endurance, la vista del cabo Crozier permanecerá para siempre en mi retina, Svalbard, la Tierra de Francisco José… el viaje en el “James Caird” hacia Georgia del Sur, la conquista del Polo Sur Geográfico con Amudsen, el recuerdo del agónico viaje de vuelta con Scott o la búsqueda del Paso del Noroeste han sido experiencias sin igual. Sí, como dice un amigo, los hombres no somos más que niños con juguetes caros, este es uno de mis juguetes preferidos.

 

 

El caso es que aquí estoy, desayunando, al lado de todo lo que necesito en los próximos días, cuidadosamente distribuido en la mochila y en la bolsa de viaje a la espera de que llegue el taxi. Desde hace tiempo sostengo la teoría de que los buenos destinos, los verdaderamente buenos, no tienen vuelo directo; por el contrario para llegar a ellos tienes que coger varios medios de transporte. Así pues, esto promete, pues tengo que coger dos aviones y luego recorrer 150 km en furgoneta para llegar a Jetta, lugar donde pasaremos la noche y desde donde iniciaremos nuestra (permitidme que utilice esta palabra) expedición.

 

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El día transcurre sin incidentes, cogimos el primer vuelo, enlazamos con el segundo, poco a poco el grupo se iba reuniendo en el aeropuerto de Kittila, durante unas horas estuvo perdido parte del equipaje, las pulkas y los esquís, carrera hacía la cinta transportadora cada vez que llegaba un avión de Helsinki, caras de decepción al comprobar que allí no aparecía nada…, vamos, lo normal. Como somos “muy bien mandaos” habíamos seguido las instrucciones del guía y, entre lo que llevamos puesto y el equipaje de mano, teníamos equipación suficiente para iniciar el viaje; sin embargo, lo de las pulkas y lo de los esquís no tiene remedio, si no aparecen, tendremos que aplazar la salida. Afortunadamente en uno de los vuelos aparece el equipaje perdido y, tras cenar un bocadillo en el aeropuerto, cargamos nuestro precioso tesoro en las furgonetas y salimos en dirección a Jetta. Cuando nos queremos dar cuenta nos encontramos circulando casi en total oscuridad por una carretera que se abre paso entre la nieve. Poco a poco las conversaciones desaparecen y el que más y el que menos pega alguna que otra cabezada.

 

Un par de horas después, llegamos a nuestro destino, descargamos el equipaje y nos distribuimos en las cabañas; son pequeñas, pero muy acogedoras. Sacamos de la bolsa lo imprescindible para pasar la noche y nos dormimos, toca descansar, son algo más de las 11 de la noche y mañana será un día intenso. La previsión original era dedicar mañana a los preparativos y salir pasado; sin embargo, Jaime, el guía, nos plantea la posibilidad de dividir la jornada en dos mitades, la primera mañana y el resto, pasado; además, una primera jornada light nos servirá como toma de contacto. La propuesta es aceptada por unanimidad. Mañana salimos.

 

 

No recuerdo a la hora que nos despartamos, pero fue temprano, supongo que serían alrededor de las 7 o de las 7 y media de la mañana. Como no tenemos que ducharnos, en un momento estamos listos. Un barracón, al lado de las cabañas, tiene una cocina, donde rápidamente preparamos el desayuno. A pesar de que quería desayunar fuerte, por lo que pudiera venir, no tengo mucho apetito, de forma que con un té, algo de pan con mermelada y un poco de queso voy “despachao”.

 

 

Toca preparar la comida, las pulkas, los equipos… empezamos por la comida. Tenemos que preparar “bolsas de ataque”, esto es, las que llevaremos cada uno de nosotros para reponer fuerzas sobre la marcha y que, fundamentalmente están compuestas por frutos secos, una especie de turrón, gominotas, chocolate y unas barritas de Decathlon cubiertas de azúcar. Vamos, energía pura. Además de estas bolsas, tenemos que distribuir la comida de la semana en bolsas, de forma que una bolsa tenga el desayuno, otra sopas y caldos, una tercera embutido, etc, etc, etc. También preparamos té, que metemos en los termos y llenamos las cantimploras de agua.

 

 

Hecho esto, nos metemos con las pulkas, toca meter en ellas la mochila la bolsa de equipaje y colocar en ellas las raquetas. Además, tenemos que llevar parte del equipo común; a mi me toca, además de un par de bolsas de comida, una pala y un bidón de gasolina.

 

 

Bien, ya tenemos más o menos organizada la comida y las pulkas; nos metemos con el equipo. Primero los esquís, hay de fondo y de back country, estos últimos más anchos, los prefiero, no me acabo de acostumbrar a los esquís de fondo, para mi gusto son demasiado estrechos. Afortunadamente me tocan los de back country y, nuevos, por si fuera poco. Sin embargo, con las botas no tengo tanta suerte, el tallaje es americano y el 41 que solicité me va grande. Que le vamos a hacer, peor sería que me fuesen pequeñas. Pasamos a las raquetas, qué diferencia con las que usé en la sierra este invierno, en comparación, aquéllas parecen de juguete. Estas son de acero, con unas uñas que quitan el hipo.

 

 

Bien, tenemos la comida, la pulka, los esquís, las botas y las raquetas. No nos va a quedar más remedio que ponernos en marcha. Son las 12 de la mañana. Nos ponemos los arneses y mientras el resto del grupo termina de ajustárselos, pego un pequeño tirón a la pulka, para probar. Tira algo más de lo que me imaginaba, pero también es cierto que el arranque debe ser lo peor, una vez en marcha seguro que irá más suave.

 

 

Jaime, el guía, pregunta si estamos preparados, una o dos personas continúan su particular guerra con los arneses y una cantimplora ha decidido jugar un rato al escondite, pero en un par de minutos estamos todos listos. Nos ponemos en marcha y comprobamos que, efectivamente, una vez que arrancas, la pulka se desliza sin mucho esfuerzo por la nieve.

 

 

En un momento formamos una fila india y tras cruzar la carretera por la que circulamos ayer, nos adentramos en un lago congelado de casi un kilómetro de ancho, para entrar en el Parque Nacional de Pallas Ounas-Tunturi.

 

 

Tal y como señala la ficha de Tierras Polares nuestro objetivo es:

 

Realizar una travesía con esquís y raquetas en el invierno ártico, 400 kilómetros por encima del Círculo Polar, al norte del paralelo 68, con temperaturas bajo cero y en un paisaje de bosque boreal, lagos congelados y tundra. En esta región, situada entre las provincias de Enontekio, Kittila y Kolari, al borde de la frontera sueca, transcurrirá una travesía que, en menos de 100 km de recorrido, atravesará todos los paisajes típicamente árticos.

 

 

 

 

 

Nada más salir nos encontramos con una pequeña cuesta que nos va a poner a prueba. No es difícil llevar una pulka, en llano, pero en una cuesta la cosa debe complicarse, si es cuesta arriba, malo y si es cuesta abajo, peor. Jaime se detiene para observar como nos apañamos, es la prueba de fuego. En líneas generales, salimos victoriosos, hubo alguna caída, pero nada del otro jueves. Con el tiempo descubriremos que, poniendo pieles de foca, las cuestas arriba no plantean mayores problemas, sin embargo, las cuestas abajo son otra historia; podéis creerme si os digo que en esos momentos las pulkas adquieren vida propia, hasta el punto que en alguna cuesta pronunciada hubo quien llevó la pulka como quien lleva un perro, técnica bautizada de inmediato como pulka-perrito, sistema no muy ortodoxo, que duda cabe, pero indudablemente, efectivo. Afortunadamente la travesía discurrió casi íntegramente por terreno llano

 

 

No creo que tardemos mucho en llegar a nuestro destino, solo son 8 km, sin embargo se me hace largo. No digo pesado, digo largo, la media es inferior a 2,5 km/h. Había calculado que en unas dos horas llegaríamos, pero al final, entre pitos y flautas, tardamos algo más de 3 horas. Vale, de acuerdo, era el primer día y eso siempre se paga, pero me pareció mucho tiempo para hacer tan pocos kilómetros. Volvemos a lo de siempre, ¿acaso tengo prisa?.

 

 

No sé si a partir de ese momento me bajaron las pulsaciones o si acomodé mi cuerpo urbano al ritmo de una expedición (como me gusta esa palabra), pero el caso es que no volví a tener esa sensación; de hecho, ahora mismo no sé cuanto tardamos el resto de los días y, lo que es más importante, ni siquiera me importa.

 

 

El caso es que la travesía discurre, lenta, pero sin incidentes; poco a poco nos vamos acostumbrando al bicho que nos ha salido en la espalda y que tira de nosotros dificultándonos el avance. Al final llegamos a Pyhakero. Doy por hecho que no estábais pensando en una población, pero por si acaso, os aclaro que los puntos de llegada solo tenían 3 o 4 cabañas. Así pues, “tomamos posesión de estas tierras”, dejamos los equipos en la entrada y en cinco minutos estamos, al calor del fuego, dando buena cuenta de algo de embutido, queso y demás viandas. Esta noche toca dormir en tienda de campaña, el niño que llevo dentro hace acto de presencia, estupendo.

 

 

Una vez organizada la pernocta, mientras Jaime corta algo de leña, nos distribuimos las tareas, cocinar, derretir nieve, montar las tiendas… Tras la cena y algo de animada charla, nos vamos a la cama (es un decir), no recuerdo qué hora era, pero era pronto, eso seguro. El día ha sido largo e intenso.

 

 

Soy el último en entrar en la tienda, parece una lata de sardinas, solo hay un pequeño hueco, el justo para que entre una persona. A la velocidad del rayo me quito la ropa de abrigo, me pongo la ropa con la que voy a pasar la noche, mientras me pregunto cual de los dos sacos que me ha facilitado Tierras Polares tengo que ponerme primero, el fino o el gordo; tenía que haberlo preguntado cuando me los dieron. El caso es que ahora no puedo preguntar a nadie, la gente está durmiendo, con lo cual apelo a la lógica, a mi lógica, y me pongo primero el fino y luego el gordo. Pensando en que por fin estoy aquí, en el tiempo que llevo soñando con este momento y en como se ha desarrollado el día, me quedo dormido.

 

 

Despunta el día y me despierto con la sensación de que hay cosas que no tienen precio y esta es una de ellas. Tal vez en un futuro esté hasta el gorro de dormir en una tienda sobre la nieve, pero hoy no es ese día, hoy estoy encantado de la vida. Ahora mismo estamos a – 4ºC, esta noche, en opinión de nuestro Comandante, habremos tenido 3 o 4 grados menos, pero, al menos yo, he dormido estupendamente. Amanecí seco, pero el exterior del saco estaba húmedo, como consecuencia de la condensación, lo que me lleva a pensar que tal vez me puse los sacos al revés, tengo que confirmarlo. ¿Qué queréis? Es la primera vez que duermo con dos sacos y es la primera vez que duermo tan al norte. Como señala Henry de Monfreid: “la experiencia no se compra, se paga”. Pues eso, pagada está.

 

 

 

Después de desayunar recogemos las tiendas, el equipo y preparamos las pulkas, tenemos que volver a guardar todo lo que sacamos ayer. Lo que podamos necesitar a lo largo del día tiene que estar a mano y, en todo caso, por cuestiones de aerodinámica, lo más pesado tiene que ir atrás, al fondo de la pulka. Así pues, guardo primero la comida, las botas de nieve, el saco y la esterilla, pues no lo necesitaré hasta que lleguemos a nuestro destino y a continuación, la mochila con el equipo que, en principio, no debería necesitar: la chaqueta y el pantalón de primaloft, un forro polar de repuesto, la máscara de neopreno, la ropa con la que duermo, calcetines, los patucos… Por último, tras colocar el bidón de gasolina en la popa de la pulka, la cierro y pongo encima una pequeña mochila con el termo con té, la cantimplora con agua, alguna bolsa de ataque de repuesto (llevo una en los bolsillos), las manoplas, el pasamontañas y la máscara de ventisca, por si el frío apretase; también llevo a mano unos guantes cortavientos y el gorro, por si pasase calor. Junto a esta mochila pongo las raquetas y alrededor de ellas paso las cintas de la pulka, para que no se caigan; las aprieto todo lo que puedo y doy por concluida la recogida. Solo me queda ponerme los esquís y estaré listo para continuar la travesía, para continuar atravesando la Laponia finlandesa.

 

 

En este punto podría contaros, día por día, como fue el viaje, perdón, la expedición. Podría relataros las jornadas, qué desayunábamos, las paradas en ruta para picar algo, el placer que supone deslizarte por la nieve, por parajes espectaculares, en silencio, sin más compañía que la de tus compañeros de aventura, el ruido de los esquís rompiendo ese silencio, la satisfacción de haber atravesado esa línea imaginaria que tantas veces soñaste cruzar y que responde al nombre de Círculo Polar, podría contaros el buen ambiente que había, como en poco más de 24 horas gente que no se conocía de nada bromeaba como si estuviese entre amigos de toda la vida, podría hablaros del guía, con sus bromas y ocurrencias, podría describir las cabañas donde dormimos, como nos organizábamos para fregar los platos, para fundir hielo o para cocinar, el placer de disfrutar de una sopa, aunque fuera instantánea, o de un bacalao con arroz desalado con agua procedente de hielo Ártico, ligeramente salado (por decirlo de una manera suave), acompañado de un tang de limón que, sin embargo, superaba con creces al que pudieran preparar en el mejor asador.

 

 

Podría hablaros de eso y de muchas cosas más, pero los que habéis hecho algún viaje así, sabéis que son sensaciones que no se pueden explicar con palabras, ni con fotos. Por mucho que lo intentes, ni de asomo te aproximas a la realidad, por eso me limitaré a decir que fue una experiencia sin igual, que pocas sensaciones se pueden comparar con lo que viví en aquellos días o dicho de otra forma, en palabras de mi mujer, “en todas las fotos estás sonriendo”. No, no acertó cuando aventuraba que las iba a pasar canutas, pero a gusto. No, no acertó, lo pasé a gusto, eso si, pero no canutas, por el contrario, disfrute cada segundo de ese viejo sueño.

 

 

Solo puedo poner dos “peros” al viaje, uno el frío, otro las auroras boreales, o mejor dicho, su ausencia, pero en este punto, la naturaleza decide el cómo y el cuándo. En cuanto al primer “pero”, el frío, teniendo presente que nos movíamos por encima del paralelo 68, supongo que estaréis pensando en unas condiciones climáticas espantosas. Pues lamento decepcionaros, pero nada más lejos de la realidad. Con la única excepción de un día en que las temperaturas descendieron por debajo de lo habitual y en el que la niebla hizo acto de presencia (gran día, por cierto, si no, ¿para qué hemos venido hasta estas tierras?) la temperatura fue inusualmente alta, unos cuantos grados bajo cero, hasta tal punto que llegamos a la conclusión de que a la vuelta, si no queríamos quedar en evidencia, tendríamos que mentir o al menos exagerar un poco. De forma que planteamos la posibilidad de poner un número delante de la temperatura real, esto es, pongamos por caso, a los -7º C reales, añadirle un 1 o un 2, la conversación durante la cena se empezó a desmadrar, sería el tang, y así se comenzó a hablar de añadir un 3, un 4, ¿sospecharán algo si ponemos un 5?, ¿por qué no un 6?. A ver si al final cada uno va a decir una temperatura. ¡Qué chapuza!. Entre risas, la propuesta fue finalmente desechada.

 

 

No puedo terminar estas líneas sin referirme, al menos brevemente, a mis compañeros de viaje y, para los que no le conozcáis, al guía, al “comandante” Jaime Barrallo. Y lo voy a hacer por la sencilla razón de que se lo merecen, pues, por espectacular que sea un viaje, por más que estés en un destino soñado, si no hay feeling con los compañeros no hay nada que hacer. En nuestro caso, casi nadie se conocía, prácticamente todos fuimos por separado, cada uno de su padre y de su madre (dos italianos -Andrea y Alberto-, dos de Bilbao -Mikel y Oskar-, uno de Sabadell –Bernardo-, dos de Barcelona -Jordi y Vicente- y de Madrid Arturo y yo), a pesar de lo cual, desde el primer día estábamos bromeando, comentando anécdotas y contándonos nuestras vidas, de hecho continuamos haciéndolo vía whatsApp o correo electrónico. En cuanto a nuestro “comandante”, ¿qué decir?. Creo que no exagero si digo que durante los diez días que compartimos no paró de hablar, ni de bromear, ni un solo momento, pero que eso no os engañe, siempre lo tenía todo bajo control. Gracias a todos. Fue un placer compartir con vosotros la travesía del parque nacional de Pallas Ounas-Tunturi.

 

 

¿Y ahora qué?, os preguntaréis. Responderé a la pregunta que yo mismo me he hecho con otra pregunta. ¿Qué es un hombre sin sueños? Respuesta, nada. Por eso mientras escribo estas líneas celebro que por fin “winter is coming” y ya miro al norte, al Ártico, con la ilusión de un niño pequeño. Me ha atrapado “la fiebre de los Polos” y contra eso solo hay una medicina, volver.

 

 


Autor: Francisco Javier Casal Querol
Título del relato: Mi (primer) viaje al Ártico: Pallas Ounas-Tunturi. Laponia finlandesa.
Viaje de Tierras Polares: Laponia: Macizo de Pallas Ounas-Tunturi (marzo 2014)


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