Diario de un Piragüista en Groenlandia

 

El viaje se produjo en Agosto. Como buen biólogo de campo y desde hace un par de

décadas apuntar y escribir lo visto, observado, apreciado, sentido e incuso olido

naturaleza, ha sido un hábito. Como bien sabes remar es una de mis pasiones, junto

con otras. Hombre apasionado y apasionante, siempre amando lo que le rodea o donde pueda llegar o estar… “Buscar la belleza porque es la única propuesta que merece la pena en este asqueroso mundo”. A Groenlandia?. ! Estás loco?¡ ….

“Mirad los locos, altos como ramas, llenos de inmensidad y poderío; miradlos altos cuan soberbias llamas, amenazando al cielo con su brío…” Rafael Morales –poeta

 

Mi relato son trazas del diario de abordo escrito a lo largo de nuestra travesía en piragua por las aguas mansas y gélidas de los fiordos próximos al poblado de Narsaq.

Duró unos doce días, del mes de agosto del año del tan anunciado fin del mundo, ese

en el que apareció una noticia escalofriante, de que Groenlandia había perdido su eterno hielo. Cuál fue nuestra grata sorpresa, cuando vimos una inmensa e interminable manta blanca, desde el avión al acercarnos, por la costa a Narsaq.

 

Fueron unos doscientos veinte kilómetros, a razón de unos veinte a veinte y cinco

diarios en tramos escalonados desde la mañana hasta casi la caída del sol….bendito sol, cuando se dignaba a hacer acto de presencia. ¡¡Como se puede llegar a amar el sol en estas latitudes, aunque sean unos leves rayos de corta y fugaz duración ¡¡.

 

Es un paisaje imponente, dinámico y cambiante. Le puede al ser humano y él casi no lo puede hacer nada. Permanece casi ocho meses del año impenetrable al transformarse en una inmensa roca de hielo con continuas borrascas y cambios bruscos de temperatura y el potente viento del norte, el temido Foehn. El mar ahora a unos tres grados se congela y se registran hasta menos treinta grados, aunque no es el sitio más frio de la tierra… en cada giro , en cada vuelta por el perfil de la costa aparece un espectáculo nuevo, nuevos icebergs, témpanos diminutos o inmensos y siempre acompañados de trozos pequeños esculpidos por el agua y por el aire. Se asemeja a un inmenso bazar del cristal de Vurano más apreciado. Cuando pasas a su lado hay miles de ruidos como un hormigueo, como si hirvieran… en cambio los grandes pueden llegar a ser como un edificio y se mueven por efecto de la corriente y el viento, pero sin rumbo verdadero sino aleatorio y eso les hace vivos y dinámicos.

 

Se pasean por el mar de un fiordo a otro y arrastrados se pueden anclar cerca de la costa o quedarse varados en una playa, días, meses, años… sin prisa. El calor, el movimiento y las corrientes los hacen frágiles y al romperse de manera aleatoria, caen

con fuerza pedazos enormes con un estruendo a modo de un cañonazo. A veces tienen pequeños crujidos y quejidos como disparos… y de pronto su forma es diferente, incluso su color.

 

No te cansarías jamás de observarlos y admirarlos, los hay blancos con diferentes matices de grises, son los Elfos, negros, oscuros, grisáceos y feos, los Orcos, se han girado después de décadas de cercenar el fondo del mar, arrastrando lodos, rocas y piedras y al girarse aparece su lado oscuro… los hay azules, desde un azul turquesa, cielo o intenso, cambiante con la luz del día y los más enigmáticos los verdes esmeralda los más escasos y difíciles de ver. A su vez todos estos colores son subjetivos porque cambian a lo largo del día con la luz ambiental.

 

 

 

 

A veces tienen entrantes, cuevas, túneles, chimeneas, picos imposibles, son lisos,

rugosos, en capas superpuestas, son un mundo de caprichos insospechados e interminables…. Los hay de formas cuadrangulares, rectangulares y simétricas, como

esculpidos por un dios escultor, mientras otros tiene cientos o miles de aristas. No te

cansas de admirarlos y respetarlos y si dejas volar la imaginación mientras los admiras

y remas puedes entra en un estado casi de catarsis.

 

A menudo, durante la travesía me venía a la mente el documental-ficción “La Tierra

sin habitantes” (POPULATION:ZERO, 2008). Si de pronto, al instante y por arte de

magia desapareciera el hombre de la tierra, en veinte mil años la única huella visible de su paso por el planeta serían las que hicieron al andar por la luna Neil Armstrong y su compañero en el sesenta y nueve. El paisaje es de un pureza casi absoluta, sino fuera  por los fuera bordas de los pescadores que pasaban con una velocidad de vértigo y los consabidos y eternos plásticos… el resto es ausencia y silencio, sólo violado por las llamadas secas y sonoras de los cuervos. Es el reino de Corvus corax… Me pregunto cómo sobreviven al invierno?, porque es una especie claramente sedentaria.

 

Hicimos parada en unas siete playas diferentes, permaneciendo más de un día en alguna de ellas, por el mal tiempo y simplemente por una parada para recorrer los alrededores a pie y disfrutar de un largo paseo y unas vistas, casi de pájaro, del sagrado Inlandis y sus inmensas lenguas de hielo.

 

Cada playa fue bautizada por una sucesión de nombres. Supongo que en cierta medida el nombre de las cosas se originó de una forma muy parecida. Playa Caribú

forma parte de una isla que alberga a miles de estos destartalados cuernos largos, a

nuestra llegada «nos recibió una pareja»…Playa Tristezadespués de una travesía durísima con viento, niebla y al final de la tarde lluvia que fue perene durante dos días.

Playa Aurora del Balacao, primeros rayos de sol después de casi tres días de no verlo,

pesca y auroras en la noche , volvió el optimismo a la Compañía. Playa Cachalote, en un inmenso saliente que parecía un cetáceo flotando, como los dibujan los niños. Playa Grande o Gigante enfrente de una de las lenguas del Inlandis, espaciosa y hermosa, es en sí misma la lengua de un morrena plana sin hielo. Playa del Águila Cabeza Amarilla, con diferencia la más bella y la más difícil de encontrar, nos recordaba a un paisaje del Jurasico, las águilas, en vuelo, se intercambiaban presas, en el aire, para llevarlas al nido… impresionante. Playa de la Ruinas, tanto Inuiks, como Vikingas, divisamos los primeros carneros salvajes, arrastrando largos y desgajados penachos de lana, como el Vellocino de Oro. Playa Última enfrente de las ruinas de Niakornak, un poblado con restos de iglúes de piedra que te dejan entrever como eran en realidad estas viviendas.

 

Según parece los Inuits ponen nombre a los fiordos, pero NO ponen nombre a las montañas, ¿para qué?. Seguro que las playas también las tienen perfectamente identificadas, aunque no se refleje en los mapas, pero sí en su memoria. Puede ser vital llegar a la más adecuada.

 

Nuestro bautismo de fuego fue el cruce del Gran BredefJord o Kerssuaq en lengua

Inuit, el fiordo más ancho de la zona de unos cinco kilómetros que se hacen eternos.

Pensar, que el agua está entre tres y cinco grados y como dicen los manuales de

navegación, la supervivencia puede ser inferior a hora y media en aguas entre dos a

cuatro grados. A nuestro favor teníamos la calidad del material (trajes, chalecos,

cubres, manoplas, botas), pensado para soportar bajas temperaturas y aislar el cuerpo

durante los largos periodo inmovilizados dentro de las bañeras de nuestro kayaks.

Buenos barcos y buenos remos, cargando unos cuarenta kilos de material y comida. A

pesar de ello son piraguas rápidas y estables, que mantienen muy bien el rumbo y a la

par, duras para soportar los embates e impactos de las entradas a las playas.

 

….Y sobre todo la tranquilidad de ir con un guía, como ese buen hombre de nombre

Adrian. Gran guía y buen cocinero, nos cuida y nos mima, siempre atento. Cuidado al

salir, cuidado al entrar, ojo no se acerquen demasiado al glaciar, ojo con los témpanos

que se giran y nos pueden aplastar, llevas suelto un cabo, ojo baja el timón, ahora

todos agrupados… y un largo etcétera de recomendaciones y consejos. Con su filosofía de no dejar huella (no trace).

 

Éramos un grupo reducido, sólo cinco, pero compacto. La compañía al principio desconocida entre ella fue cogiendo confianza, largas conversaciones y largos momentos de silencio en la remada, mezclados con conversaciones interminables, de

casi todo, entre los tripulantes de la piragua doble, Guillem y Sergi, pasando del castellano al catalán y viceversa, con temas que se dejaban para la noche y se continuaban por la mañana, como si no se hubieran dejado de hablar. Qué bueno es

tener tiempo para sacar ideas e impresiones de contenidos que a menudo tratamos de

pasada, sin apenas reflexión.

 

Nuestro guía el tercer día nos dijo: “Veo que vais bastante bien y controláis bien el

equilibrio, el rumbo, la remada, y nadie se queda rezagado” he pensado la posibilidad de ampliar el itinerario y continuar por una zona que he recorrido en zodiac y que no conozco en piragua, es decir no sé lo que nos encontraremos… y nosotros le dijimos “adelante a lo desconocido”, esto supone casi cuarenta kilómetros más de lo previsto, pero de una belleza indescriptible.

 

Las llegadas a las playas eran momentos de tensión e intriga. Buscar la playa apropiada para montar el campamento era en sí mismo una aventura. Debían de

cumplir varias condiciones, fácil acceso, posibilidad de poner las piraguas y el material

en sitio seguro, suelo plano, si un poco inclinado mejor, y agua corriente de un manantial o de una pequeña cascada. Todo el proceso se transformaba en pocos minutos en una puesta en escena, perfectamente ordenada y sincronizada.

 

Finalmente nos hacíamos el primer te y empezaba la ceremonia de la cena y las tertulias y sobre todo el parte del tiempo y el dar nuestra posición por GPS  a la espera de que se hiciera de noche y montáramos la primera “Guardia Gélida y Helada de de Auroras”.

 

A menudo la tertulia se transformaba en un “cuenta cuentos”….. En grupo, de playa en playa persiguiendo la caza. A la foca o al caribú. Los hombres en kayaks construidos de hasta, huesos de ballena, tablas varadas y piel de foca impermeabilizada con grasa y sebo de ballena. Eran herméticos, rápidos y veloces. Las mujeres en los Umiaq, con los niños y los enseres. Los jóvenes al pasar miraban de soslayo a las chicas y ellos les tiraban el arpón al remolino que hacia el remo, como símbolo de deseo y de cazador certero si daba en el centro. Un buen cazador era un gran y prometedor partido en el doble sentido.

 

 

 

Otro… En ocasiones usaban cuevas para dormir y guarecerse de las inclemencias de

las noches eternas, heladas y solitarias. Podían ser apenas de un par de decenas de

metros cuadrados y se acomodaban cuatro o cinco familias. Cada una ocupaba un espacio y se separaban entre sí por medio de una cortina de piel de foca y delante ponían una piedra tallada con aceite de hígado y una mecha encendida. Después de un caza acertada y una buena cena en común, eventualmente y sin decir nada, pero con mucha complicidad, todo apagaban los candiles y empezaban un movimiento de cuerpos, manos y miembros, iniciando un momento de deseo y felicidad compartida, haciendo el amor, sin saber quien con quien….

 

…..Cuenta la leyenda que a una chica le encantó como hacia el amor unos de ellos y en su ánimo de saber quién era, se tiznó las manos con las cenizas del candil y al hacerlo tocaba la cara del ser querido. Cuál fue su sorpresa, cuando al encender la luz

descubrió a su pesar que el hombre de la cara tiznada era su hermano… le entró la locura y el desánimo y salió corriendo, tropezando y rozando su larga cabellera con la

tea ardiente y su pelo prendió en un fuego continuo – el Sol- ; entonces su hermano salió en su búsqueda y corriendo detrás de ella, pero nunca la alcanzó -la Luna-.

 

Vivíamos de momentos o mejor dicho momentos, que por buena rutina se transformaban también en pequeñas ceremonias. … momento sentada en el tipi, momento chocolatina, momento té, momento purillo, momento inmaka, y el especial el

“momento aurora”, ateridos hasta el tuétano por el frio glaciar, pero con cara de niños ante tanta belleza. Una noche estuvimos literalmente rodeados de varias auroras a modo de gusanos gigantes con alas onduladas y movidas por el viento y la magia, apareciendo y desapareciendo como se fueran a otra dimensión a ser admiradas por

otros.

 

Último día y último desayuno en la playa del asentamiento Inuit, empieza la melancolía del final del viaje. El amanecer es exultante, cálido en colores y muy soleado, el azul de cielo se confunden con el del agua, no hay ni una nube. Desayunamos en silencio y haciendo un poco la reflexión final del viaje, correos y direcciones. Nuestro guía como grupo y como travesía nos ha dado un ocho sobre diez. Sabemos de su exigencia y nos sentimos honrados y alagados por esa “nota”

 

Nos quedan apenas un par de horas para llegar a la estación base en Narsaq. Nuestro guía distribuye las piraguas y nos tocan las individuales a Guillem y a mí. Dos kilómetros antes de divisar la playa-embarcadero iniciamos una aceleración progresiva de nuestra remada, no hay ni una brizna de viento y el mar está plato, las piraguas más que navegar, vuelan, como los caballos que saben que vuelven a sus corrales, a cada palada firme y certera alcanzan más rapidez, al principio vamos a la par después nos vamos distanciando pero sin bajar el ritmo…. Se transforma en un sprint continuo, casi sin salpicar ni una gota de agua, las palas entran y salen como cuchillos recién afilados, silencio, mientras siento cada vez más tensos y cargados los músculos y noto el sudor correr por mi cuerpo, me van a apareciendo instantáneas del viaje, momentos y sensaciones que permanecerán imborrables… me emociono y casi con lágrimas en los ojo acelero, acelero y acelero y entro en la playa como un ser simplemente feliz.

 

Bueno, no os canso más con mi palabrería, son retazos del diario de abordo… a veces, costaba escribir por el frio de las manos y la letra salía torcida y deforme, pero con pensamientos y sensaciones cálidas……