Groenlandia: El dibujo de un sueño

En los tiempos más antiguos, cuando tanto las personas como los animales vivían en la tierra, una persona podía convertirse en animal si quería y un animal podía convertirse en ser humano; a veces eran personas, y a veces, animales, y no había ninguna diferencia, hablaban todos el mismo lenguaje. Era la época en que las palabras eran como magia, la mente humana tenía poderes misteriosos; una palabra pronunciada por casualidad podía tener extrañas consecuencias, de repente cobraba vida y lo que la gente quería que sucediera podía suceder, lo único que tenías que hacer era decirlo. Nadie podía explicar esto: así es como era. (Leyenda Inuk)

En esta época, en que las palabras han perdido parte de su magia, y en un tiempo en que el misterio de lo desconocido se ahoga por el conocimiento global, es necesario creer que puedes volar más allá de tu imaginación, más allá de tus sentidos, que aún existen fronteras que puedes rebasar. Y como en la leyenda inuk, el origen de este relato fue una palabra pronunciada por casualidad, y lo que quise que sucediera, sucedió: GROENLANDIA.

Dejando atrás la inquietud sobre viajar solo, el nerviosismo iba abriendo paso a la expectativa casi infantil de cumplir un sueño construido a partir de lecturas sobre Shackleton, Amundsen, … Pronto me daría cuenta que en esta tierra los sueños de los demás no son más que una guía para dibujar tu propio sueño, y el mío tenía la forma de una foca, una foca blanca.

Al igual que Ulises, emprendí el viaje y leí que las distancias en Groenlandia se miden en sinik, en «sueños», en el número de pernoctas que dura un viaje; y abrí los ojos ante los 17 sueños que tenía ante mí.

Enzia Verduchi, poeta italiana, describía Groenlandia recordándola, sin conocerla, como si se pudiese añorar lo que se desconoce: “tu nombre es un continente. Kalaallit Nunaat; tu nombre es una herida, una elipsis, una isla entre el Atlántico y el Ártico; tu nombre es el deseo, el olvido; es la tundra, la corriente del Labrador; tu nombre es un destello en la nieve; la bahía de Baffin y el Estrecho de Davis, tu nombre, arde”. En el vuelo desde Reykjavik, pronunciaba su nombre, en silencio, mientras observaba desde la ventanilla la costa de Tierra verde, un relieve abrupto y erosionado dominado por una banquisa que se fragmentaba entre glaciares, montañas nevadas, fiordos helados y un blanco que teñía de solemnidad todo el trayecto.

Al aterrizar, en Narsarsuaq, nos recibió nuestro guía, Dani, una persona que el paso de los días confirmaría no sólo como cicerone sino como un soñador más. Él fue quién nos introdujo en el condicionamiento del tiempo, enseñándonos una palabra inuit que nos acompañaría cada día: immaqa, quizás. Porque de nada servían los itinerarios prefijados, las rutas establecidas o las previsiones de más de un día, si el tiempo y la naturaleza decían que no, quién sabe que podríamos hacer en cada momento. Había que valorar cada día. Immaqa, esa fue la primera lección que aprendimos de los inuit.

Viajar por Groenlandia es respetar a la naturaleza y a la cultura inuit. Olvidarse de las comodidades y las infraestructuras de un viaje tradicional y abrir la mente y el espíritu a un entorno virgen, algo que desde un principio tuvimos claro y que desarrolló en nosotros un enorme sentimiento de libertad. Cada sinik nos ofreció diferentes lecturas de un mundo que seguía siendo auténtico, real, sin la contaminación del prejuicio y la diferencia. En un tiempo que no avanzaba al compás de un reloj, sino en amaneceres y atardeceres, se sucedieron los sinik en trayectos en zodiac y trekking por Igaliku, Qacortoq, el fiordo de Unartoq, para bañarnos al atardecer en sus aguas termales entre icebergs; por Tasiusaq al pequeño campamento de Qusuak, hasta llegar al inolvidable campamento de Tasermiut. La penúltima etapa de nuestro viaje nos llevó al campamento de Fletanes, un lugar impresionante frente a tres lenguas de un glaciar en el fiordo de Qalerallit. Tu mente se desnudaba, se abría a la libertad que te ofrecía la proximidad del inlandis, de una naturaleza virgen. Durante las tres noches que pasamos allí, no importaron los ronquidos de los compañeros, el estruendo de los seracs desprendiéndose era el mejor de los bálsamos.

La última etapa de nuestra expedición fue Qassiarsuk. Allí nos esperaba un trayecto en kayak entre icebergs y un trekking por el valle de las mil flores, que culminaba en un fuerte desnivel. Una vez lo escalamos, la visión que pudimos grabar en nuestra retina merecía la pena: la lengua en descenso del inlandis del glaciar Kiattuut. Nos sentamos, en silencio, para respirar profundamente y despedirnos inconscientemente de la naturaleza ártica. Ahora, en el recuerdo, lo asocio a un poema inuit que leí hace poco: dos hombres llegaron a un agujero en el cielo; uno le pidió al otro que le ayudara a subir… pero el cielo era tan bonito que el hombre que miraba por encima del margen lo olvidó todo, olvidó a su compañero al que había prometido ayudar y salió corriendo hacia todo el esplendor del cielo. Así permanecimos un rato, observando el glaciar, olvidándonos de todo. Un precioso final para nuestro último trekking. Nuestro último sinik.

Para mí, Groenlandia, no sólo me aportó algunos de los momentos de mayor felicidad de toda mi vida, sino que me hizo sentir libre y en paz como pocas veces lo he podido sentir, en un viaje hacia mí mismo, el viaje más importante de todos. Pero todo viaje adquiere un color y una forma especial, dependiendo de algo tan sencillo como al lado de quién se estuvo, porque todos los lugares lo son gracias a la gente que conocimos y amamos en ellas. El color, el blanco y el azul, en todas sus tonalidades. La forma, un dibujo, un dibujo especial, que dio forma a Groenlandia y al sueño que la configura: el de una pequeña foca blanca que me dibujo el último día el compañero Dámaso. Un dibujo que me permitió ver, como indica Martín Garzo, que en la vida, como en los viajes, todos vamos trazando un dibujo desconocido, y que nuestra tarea es hacer todo lo posible para que no quede incompleto. Esa foca la empezamos a dibujar todos desde el primer día, en el inicio de nuestro sinik, en nuestro camino blanco, y por eso terminó de dibujarse, sobre papel, el último. La verdad no cabe en un solo sueño, y necesita del entrelazarse de los muchos sueños para revelarse. En este caso, el sueño de Groenlandia necesito de un dibujo y doce sueños, el de cada uno de mis compañeros. ¿Volveremos a Groenlandia? ¿Mantendremos vivo el sueño? Immaqa.