Ana Mª Ortega Díaz – Groenlandia

Asarnerit, el alma de Groenlandia

Imagen (mapa original pintado en acuarela por mí)

Texto:

Asarnerit. Así llamamos los Inuit a la aurora boreal. Para nosotros su luz es el sendero que conduce a las regiones celestiales, un camino que se enciende con las almas de aquellos que murieron de forma violenta.

Avanaaq calló. En la linde oscura del pueblo solo estaban ellos y el silencio, roto por el crepitar de la hoguera y el rasgar del lápiz sobre el papel. Su compañero anotaba cada palabra mientras asaba al fuego un halibut. Era escocés. Y periodista.

Al verle, con las gafas empañadas, pensó en su hermano Justus. Ambos habían salido de pesca aquella mañana antes de que el extranjero llegara. Y fue pesca de riesgo. Se le aceleró el corazón al recordar cómo Justus había luchado por su vida en un roto traicionero del fiordo; “veía” una y otra vez el momento en el que el hielo abrió sus fauces bajo él, dejándole vendido a las aguas negras. Un escalofrío le hizo tiritar involuntariamente.

No era la primera vez… ni sería la última. Allí pescar era una necesidad, y también un cara a cara con la fría naturaleza. Sonrió, tal vez Sedna se había levantado irascible y despeinada[1] aquella mañana.

El ladrido de un perro rompió el silencio y le trajo de vuelta. Un segundo después llegaron los silbidos de los Inuit, llamando a la aurora.

Ya viene – dijo en voz alta.

En silencio, el escocés se alejó del fuego y se tumbó en la nieve para ver llegar las luces del norte. Avanaaq respiró profundamente y le imitó. Justus estaba bien, la reacción de los perros fue instintiva y entre los tres le habían arrastrado fuera del agua.

“Gracias”, musitó para sus adentros. Hoy podía mirar a Asarnerit y disfrutar del baile, sin pensar en almas perdidas. 

 

[1] *Cuando la caza no es buena o cuando el mar está agitado, la creencia Inuit es que Sedna, el espíritu del mar, está furiosa porque sus cabellos están enmarañados y, al no tener manos, no puede peinarlos.