Enrique Galán – Aventura en Groenlandia

Foto: Viaje a Groenlandia con Tierras Polares – Isaac Martínez.

Concurso de Relatos 2016

  • Nombre y apellidos del autor/a: Enrique Galán
  • Viaje realizado: Groenlandia. Kayak y Trekking Glaciar.

Tras descargar los kayaks, montar las tiendas de campaña y ponerse ropa
cómoda, se reunieron en la gran tienda de campaña, como los tipis de los
indios de las películas, que hacía de lugar de reunión.

«Ya se acaba mañana?!» exclamaron ambos entre la incredulidad y la
sorpresa cuando el  guía hizo el acostrumbrado briefing de la ruta del
día siguiente.

Supusieron que los comentarios del resto del grupo expresaban lo mismo
en su propio idioma. Porque en esta aventura no estaban sólos. La habían
compartido con doce personas de nueve países diferentes que, como ellos,
buscaban el contacto con la naturaleza y la aventura. Porque navegar
ocho días en kayak entre glaciares por fiordos del sur de Groenlandia
sin ningún tipo de asistencia, transportando todo lo necesario por
parajes desiertos, sin presencia humana ni teléfono móvil, es una
verdadera aventura.

«Dinner is ready!» anunció el guía en la lengua común del grupo Ella le
tendió su plato y el argentino lo llenó de un guiso de lentejas. «Estas
lentejas están deliciosas!» exclamó al probarlas. Todas las cenas habían
sido «de categoría»; risoto con setas, espagettis a la bolongesa, con su
sofrito de cebolla, tomate y salchichas… y así hasta seis platos
diferentes. Repitieron hasta que no quedó ni una lenteja en la olla y
luego pasaron a los postres y tés mientras mantenían animadas
conversaciones. Poco a poco el sueño se fue apoderando de ellos y se
retiraron a su tienda.

«It’s amazing!» vinieron voces del gran tipi justo antes de que entraran
en la tienda. Inmediatamente supieron de qué se trataba. Miraron al
cielo y vieron lo que habían estado esperando todas las noches sin
éxito. Una aurora boreal de un intenso color verde serpenteaba en un
cielo lleno de estrellas. Estuvieron observándola en silencio hasta que
el sueño pudo con ellos.

«Dónde está maldito el despertador!» exclamó él mientras buscaba el
pequeño reloj en el desorden del interior de la tienda. Eran las 7h30 y
tenían media hora para asearse lo poco que podían y recoger un poco la
tienda antes del desayuno. A pesar de que había amanecido con niebla no
se preocuparon, ya que todos los días habían amanecido igual y a media
mañana la niebla se levantaba para dar paso a un sol radiante que los
acompañaba hasta su puesta. A las 8h se reunieron con el resto del grupo
en el tipi donde los guías ya habían preparado el desayuno. Té, café y
cacao solubles, tostadas, pan, mermelada, queso y nutela; lo que se
consideraría un desayuno muy completo hasta en un hotel.

Tras desayunar quedaba recoger la tienda, cargar los kayaks y ponerse el
traje seco antes de iniciar la etapa del día, tareas en las que habían
conseguido ser verdaderos maestros en los seis días que llevaban
navegando. Habían quedado atrás los días en los que habían tenido que
meter y sacar cientos de veces sus pertenencias de los compartimentos
estancos del kayak, cambiar la ropa de una bolsa estanca a otra, cambiar
el orden de carga… Pero lo peor era el «Ui! se me ha olvidado esto o
aquello» cuando ya estaba todo dentro; entonces había que volver a
sacarlo todo, buscar «esto o aquello» y volver a meterlo.

«Voy a llenar la cantimplora» anunció él una vez los kayaks estaban en
el agua. Porque al término de la jornada los llevaban a una zona elevada
para evitar que la marea se los llevara. A ellos, acostumbrados al
Mediterráneo, las mareas les resultaban curiosas. Y al inicio de la
jornada había que volverlos a llevar al agua; tarea que se hacía en
grupo, pues los kayaks, una vez cargados pesaban considerablemente.
Esta, al igual que el resto de tareas comunes, reforzaba los vínculos
que se habían creado dentro del grupo.

El grupo estaba preparado para navegar!

El sol aún no había salido, pero la niebla se había disipado, y el
ambiente era frío. Navegaban por un fiordo cuyas aguas estaban tran
tranquilas que las montañas se reflejaban en su superficie como en un
espejo. Disfrutaban del silencio, roto únicamente por el leve ruido
rítmico de los remos al entrar con el agua. Al cabo de un rato navegaban
por una zona llena de icebergs, que se deprendían de las lenguas
glaciares que llegaban al mar.

«Todos en fila, pasad por donde yo pase» ordenó el guía. Ya les había
explicado lo peligroso que podían ser aquellos grandes tozos de hielo
que flotaban indolentes sobre un mar de cristal. Y ese día pudieron
comprobarlo.

Aquellos trozos de hielo, de un azul intenso, tenían formas caprichosas
en las cuales la imaginación veía caballos, conejos, caras… Eran
trozos del glaciar que habían explorado un par de días antes. Ese día,
calzados con crampones, que alguien del grupo calificó como «sandalias
de pinchos», se aventuraron por el intrincado laberinto de profundas
grietas y paredes de hielo que era el interior del glaciar, en el que
únicamente los guías eran capaces de encontrar un camino, y cuya dura y
resquebrajada superficie apenas era oradada por los crampones.

Navegaban, uno tras otro, con precaución, entre icebergs, algunos de los
cuales eran grandes como camiones, y de los que el guía había advertido
que tenían que mantenerse alejados. Centraban su atención en no chocar
con ninguno ya que podían hacer volcar el kayak y nadie quería darse un
baño en unas aguas que estaban pocos grados por encima del punto de
congelación.

«Chicos, mirad, focas!» Acababan de salir de la zona de icebergs. Un
pequeño grupo de focas asomaba las cabezas mirando con curiosidad,
intentando descubrir si aquellas embarcaciones eran una amenaza o no. Y
al cabo de unos minutos decidieron que sí lo eran y desaparecieron bajo
el agua. Ya sólo les quedaba ver ballenas, puesto que unos días antes
habían podido ver un caribú.

De pronto un gran estruendo a sus espaldas les sobresaltó. Cuando se
dieron la vuelta sólo pudieron ver como un gran iceberg se volteaba. No
tuvieron tiempo de ver los pedazos que se habían desprendido, rompiendo
el equilibrio y haciendo que una parte sumergida emergiera
violentamente. «Y parecen inofensivos, ahí, flotando que casi ni se
mueven» comentó él alivado de estar lejos.

«Oh, no!» se lamentaron al unísono cuando, al revasar un saliente de
costa, vieron la playa de la que habían partido siete días antes y que
era también el punto de fin de la ruta. Dejaron de remar, intentando
retrasar al máximo el final de la aventura.

Unas horas después la lancha los llevó de vuelta al refugio, donde
tomaron una reconfortante ducha. Era la primera en siete días, pero
aceptaron las limitaciones de higiene al ser conscientes del delicado
equilibrio del entorno en el que había transcurrido la aventura.

«Pues tendríamos que haber hecho la ruta de 15 días»
«Pero no podíamos, nene!, que el lunes trabajas. El año que viene.»