Concurso de Relatos 2016

  • Nombre y apellidos del autor/a: Luis Panizo
  • Viaje realizado: La ruta de Erik el Rojo. Trekking y kayak.

Había un hombre llamado Luis, el hijo de Luis, el hijo de Víctor. Luis tenía su hogar en uno de los reinos del Sur, pero desde tiempo atrás le acuciaba el deseo de visitar las regiones hiperbóreas; para ello reunió el oro necesario y llegó a un trato con unos viajeros que tenían larga experiencia en la exploración de aquellas lejanas tierras.

De ese modo, Luis partió hacia Islandia y arribó a Keflavik, donde pernoctó. La travesía a Groenlandia estaba acordada para el día siguiente, pero por algún motivo no aclarado, la nave que debía partir de Keflavik salió finalmente desde Reykjavík. Ese traslado supuso una molestia para Luis, pero también le brindó la oportunidad de contemplar el paisaje islandés.

El periplo concluyó felizmente con la llegada a Eriksfjord, en el Asentamiento Oriental de Groenlandia. Allí, Luis se alojó en una larga casa cercana a Brattahlid, la granja de Erik Thorvaldsson, llamado también el Rojo. Esa noche conoció a sus compañeros de viaje: un hombre procedente de la costa meridional de su mismo reino; una familia originaria de la mayor de las islas Baleaerne, en el Mar Medio; un bátavo del país de Friesland; una mujer germana; otra mujer de la tierra de Rom, sede del Papa; y otra mujer natural de Vinland, el legendario país descubierto por Leif, el hijo de Erik. También conoció Luis a los guías de la expedición: Curro, paisano suyo; y Urko, nacido en la brumosa Vasconia.

Al día siguiente, el grupo volvió a cruzar Eriksfjord con la intención de explorar la Tierra de Mellem. Marcharon por el Valle de las Mil Flores hasta llegar a una empinada ladera. Subieron por ella y, aunque la vista era hermosa, la fatiga comenzó a hacer mella entre algunos viajeros. “¿Vamos a acampar al final de este repecho?”, preguntó Luis. “Me gustaría decirte que sí”, contestó el guía principal, “pero sería faltar a la verdad”. Avistaron el primero de los dos glaciares que flanquean la Tierra de Mellem; esta es una región elevada y agreste en la que acamparon tras ardua caminata. Llovió durante la noche.

Recorriendo cañadas salpicadas de lagos transcurrió la mañana siguiente. Llegaron a una cornisa asomada sobre el segundo glaciar que rodea Mellem. Es este un inmenso ventisquero que desemboca en una ensenada de Eriksfjord. Ante aquel grandioso panorama, Luis pensó: “Por vivir un momento así ya merece la pena el viaje”. Fue grata la conversación entorno a la hoguera al final de la jornada.

Aquellos páramos están habitados por la liebre ártica, el lagópodo, el halcón y el cuervo. Sin embargo, no vieron los caminantes durante su recorrido otras almas que no fueran las suyas; por eso, al retornar a un lugar mínimamente poblado, Luis experimentó una inexplicable sensación de multitud. Por la tarde, embarcaron en la nave de Niels, venerable marino súbdito del rey danés, y navegando entre icebergs, algunos de ellos de un hermoso tono azul, pudieron contemplar el frente del glaciar anteriormente mencionado. Aquella noche saciaron su hambre con carne de foca, caribú, ballena y pescado seco.

Dejaron la orilla de Eriksfjord y caminaron durante la mañana en dirección oeste, hacia el que fuera llamado Isafjord. Y Luis pensó: “este país, con su verdor y sus ovejas, me recuerda a la isla celta de Erín, en la que instaló su sitial Olaf el Blanco, el hijo de Inghald”. Los viajeros llegaron hasta un pequeño poblado, en el que se les proporcionó alojamiento. Aquella misma tarde se iniciaron en el manejo de una embarcación alargada y estrecha, de menor porte que un knarr, a la que los skraelingar denominan kayak. La noche les obsequió con la visión de las luces del norte.

Después de acomodar su equipaje en las embarcaciones, navegaron con rumbo a los glaciares que cierran aquel fiordo. El día era excepcionalmente hermoso, y la soledad y el silencio aumentaron el placer de la travesía. A medida que avanzaban, los icebergs eran más abundantes, así que decidieron dar la vuelta para evitar quedar bloqueados entre los hielos. Recalaron en una orilla pedregosa y acamparon sobre una pradera. La noche fue gélida, pero encontraron leña suficiente para encender una reconfortante hoguera.

Con el nuevo día, algunos componentes del grupo ascendieron hasta la cumbre de una colina cercana. Desde allí pudieron comprobar que los icebergs habían cubierto el brazo del fiordo por el que habían navegado durante el día anterior. Remaron durante la tarde para regresar al poblado en el que habían pernoctado dos días atrás. Allí Luis se duchó con agua fría; “esta gesta”, pensó, “será recordada por siempre”.  Los viajeros pasaron su última noche en Groenlandia, y las walkirias estuvieron bulliciosas, pues la aurora boreal brilló con mucha más fuerza que la vez anterior.

A la mañana siguiente caminaron hasta Eriksfjord y, tras cruzarlo, partieron hacia Islandia para luego retornar a sus respectivos países. Desde aquel día, los paisajes de Groenlandia y los rostros de sus compañeros visitaron muchas veces los sueños de Luis.

Fue el propio Luis quien rememoró la saga que aquí termina.