UN DC-3 EN ISLANDIA

(M. FERNANDA ALMAGRO MUÑOZ/ VIAJE:ISLANDIA)

Sin título1

Estaba totalmente desvencijado, sin embargo, su aspecto trasnochado y decadente le daba cierto aire de elegancia intemporal.

Habíamos necesitado varias horas para llegar hasta él pero la búsqueda había valido la pena. Finalmente después de horas de conducción, de largas caminatas por aquellas extrañas y desoladas playas grises, lo habíamos encontrado.

Su silueta se recortaba en la bruma, sobre la arena, como un gran pájaro gigante herido. Vaciado de su motor , de sus asientos le hacía parecer aun más indefenso.

Pensé en toda esa gente que había pasado varias horas en su interior, en lo que sentirían cuando se precipitó de repente sobre aquella playa, en lo que pensarían de aquel lugar inhóspito y tan bello a la vez ,cuando consiguieron salir después del accidente. Al menos todos habían sobrevivido.

Entramos en su interior sin pensarlo, sin mediar una palabra entre nosotras. Y allí estaba, sentado apaciblemente y mirándonos como si llevara largo tiempo esperándonos. Una de nosotras dio un grito al verlo; las otras dos se quedaron mudas de asombro. Pero el miedo despareció rapidamente en cuanto habló. En un perfecto inglés nos indicó que podíamos entrar y echar un vistazo, como quien invita a visitar su hogar. Y después de un rápido vistazo nos dimos cuenta de que en realidad era eso, su hogar.

En un rincón había apilados una gran cantidad de libros. Más allá, doblados cuidadosamente mantas y edredones, y en un perchero rusticamente construido , algo de ropa.

Nuestra curiosidad iba en aumento. Era evidente que vivía allí, pero…¿cómo podía soportar el frío? ¿y la soledad? Era evidente que éramos las primeras en llegar allí, al menos en mucho tiempo.

Guardó silencio mientras paseábamos por su interior, observándonos de reojo, como nosotras a él , y casi leyéndonos el pensamiento comenzó a hablar.

Vivía allí casi desde que el avión se estrelló. Había sido uno de sus pasajeros. Solo recordaba del accidente el momento en el que salió, todavía algo aturdido y asustado. Hacía frío, mucho frío. Miró a su alrededor y se sintió sobrecogido. Nada a su alrededor. El mar, gris azulado, se confundía con el horizonte como si fuesen uno solo y como únicos habitantes de aquel desolado paisaje, unas gaviotas que sobrevolaban amenazantes ante aquel grupo de intrusos.

Por fin sabía lo que significaba la verdadera soledad . Por fin sabía lo que llevaba toda una vida buscando.

 

Volvió a su país, a la que había sido su casa, lo vendió todo y volvió a su nuevo hogar. Allí vivía desde entonces y solo abandonaba el lugar para ir a comprar lo necesario muy de vez en cuando, y para cuando el frío se hacia realmente intenso había acondicionado la bodega del avión.

No sabía cuanto tiempo llevaba allí. Le dijimos que lo podíamos calcular ya que sabíamos cuando se había estrellado el avión pero su respuesta fue tajante. No quería saberlo. El tiempo, junto con otras de las esclavitudes de su vida anterior, habían desaparecido para él.


 

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