Arsenio González Rozas – Groenlandia

Corvus corax

Tasermiut-Lo mejor de Groenlandia

 

Para siempre no hay nada,

y el tren del tiempo no frena,

Tengo un deseo nada más,

que todo merezca la pena.

(El tren del temps)

-Txarango-

 

 

Después de -nada más y nada menos- que crear el mundo según la mitología Inuit, y ayudar a los vikingos a descubrir esta “tierra verde” como ellos la llamaron y me transmitieron mis antepasados; ahora, en los cortos veranos en que los hielos del glaciar retroceden y disminuye preocupantemente su espesor según dicen, debido a un cambio climático propiciado por la contaminación atmosférica y la codicia humana, desde el “nunatak” donde anido veo llegar cada cierto tiempo, a esta orilla, a grupos de esa especie, de los que apenas puedo percibir una pequeña parte de la piel de su rostro, el resto permanece oculta principalmente tras gruesos anoraks rojos.

 

Se comenta que vienen aquí por distintos motivos: quieren ver las luces del norte o las verticales paredes, gozar de paisajes inmaculados y aguas puras, e incluso dicen que por sentirse como los primeros pobladores del planeta … ¡quién sabe!.  Cada cual tendrá sus razones.

Haciendo notar mi presencia lanzo un graznido, y para observarles un poco más de cerca levanto el vuelo sin ningún esfuerzo, la corriente térmica que asciende desde el cercano fiordo me mantiene en lo alto con solo desplegar mis negras alas.

 

Por contra, su actividad es constante. Nada más llegar, desde la lancha que les trajo forman una cadena, y enajenados, en hilera se traspasan, entre otros bártulos, grandes bolsas verdes hasta completar un buen montón. Después, cuelgan a su espalda pequeñas mochilas, que tras un breve paseo dejan en el suelo, y con el ánimo arrugado, desandando el recién conocido camino, regresan al montón verde y cargan de distintas maneras el resto de las bolsas, habiéndose despojado algunos ya, del grueso anorak rojo.

 

Mientras tanto el que parece un guía, más decidido, ha hecho surgir como por arte de magia de un bidón azul, pequeños paquetes alargados que reparte entre la comitiva y que se afanan en desenvolver. Poco tiempo después, se han transformado en pequeñas pompas de color verde por las que aparecen y desaparecen sin cesar.

 

Brevemente todos van saliendo por fin al exterior y vagamente se enfilan por un sendero hacia las cercanas rocas plagadas de negros e inmensos líquenes. Al sobrepasarlas descubrirán dos grandes globos luminiscentes, que desde la altura donde me encuentro, se asemejan a los ojos compuestos de algunos insectos que me sirven de alimento y que se van tragando, de uno en uno, a todos los humanos.

 

El tibio sol va desapareciendo tras el montañoso horizonte al otro lado del fiordo de Tasermiut, al tiempo que en esta orilla, hace notar su presencia, levitando en el cobalto azulón, la menguante luna cuando me dispongo a regresar a mi glaciar.

 

Atisbo mi nunatak refugio, y mientras procedo a mullir con mis patas y pico el confortable nido, flota en la inmensidad celeste la mágica danza luminosa de las audaces auroras boreales, contrastando sus verdes y rosáceos tonos con las estrellas y las negras e inmensas agujas de piedra que se recortan por doquier frente a las grandes y pequeñas pompas, ahora inflamadas de tenue luz, que escupen humanos gritando alborozados ¡Auroras, Auroras!