Groenlandia en Madrid.

Marzo 2022

Según iba conduciendo a casa de mis padres para llevarles la compra y ver cómo se encontraban, no podía dejar de pensar en que diría mi padre cuando le dijese que, por mi 50 cumpleaños, Raquel me había regalado un viaje a Groenlandia para ver auroras boreales y disfrutar de la naturaleza salvaje. Sabía que le iba a encantar porque era un gran amante de la naturaleza y como él decía: “más de campo que los saltamontes”, a pesar de haber nacido en Madrid capital.

Una vez con ellos y puestos al día de sus novedades, que con 90 años no son muchas, les conté el regalo y que era mi gran deseo: antes de perder la vista, ver auroras boreales. Mi madre, como siempre, se quejó de que me iba muy lejos y de qué se me había perdido allí, aunque si le hubiese dicho que me iba a Albacete se hubiera quejado igual. Pero realmente, lo que a mí me importaba era la reacción de mi padre, que me miró con sus viejos ojos gastados por la edad y, con una mezcla de superioridad y chulería, como buen madrileño, me dijo: −“pues no hace falta irse tan lejos para ver una aurora boreal. Yo, de pequeño, durante la Guerra Civil vi una en Madrid”−. Conociendo a mi padre y su sentido del humor le seguí el juego y le dije que claro que sí pero que como fue hace tanto tiempo la debió ver en blanco y negro y que eso no contaba. Para chulo yo, pensé. Le brillaron los ojos y puso cara de llevar una escalera de color insuperable y me dijo: −“saca el “parato”, −como él bromeaba al referirse al teléfono móvil, −y búscalo en internet”. En ese momento me cambió la cara y me di cuenta de que no bromeaba. Mi padre era incapaz de recordar qué había comido al medio día pero los recuerdos de la niñez los tenía perfectamente claros y accesibles en su cerebro.

Saqué el móvil y en la página de “sangoogle” escribí; “aurora boreal guerra civil Madrid” como palabras clave para intentar encontrar algo. ¡Cuál fue mi sorpresa cuando veo que aparece un artículo en El País fechado en el 2019 que hacía referencia al hecho en cuestión! Tenía que ser cierto porque mi padre hacía muchos años que apenas veía y, además, el mundo de Internet le quedaba a años luz. Le dije que había encontrado algo, pero le pedí como si yo fuese aquel niño de 5 años, que me contara la historia.  Solo me faltó sentarme en sus rodillas. Me contó que, con siete u ocho años, (él había nacido en 1931), una noche oyeron gran revuelo en la calle. Al salir a ver qué sucedía, vieron cómo la gente dirigía sus miradas al cielo, un cielo teñido de rojo que además parecía moverse. Lo que ellos pensaron (y que era lógico por otro lado) era que el frente de batalla se encontraba más próximo de lo que creían y que ese color rojizo era fruto de los combates a las afueras de Madrid. Se fueron a dormir con el miedo en el cuerpo y con las maletas preparadas para huir. Al día siguiente leyeron en un periódico una pequeña nota firmada por un astrónomo que aclaraba lo sucedido. Mi padre lo recordaba tan vívido que vi cómo se emocionaba al contarlo. Yo no daba crédito y reconozco que dudé de la historia y que estaba deseando leer el artículo. Lo leí en alto. −“¿Dónde está el fuego? Es la pregunta que se repitió millones de veces en toda Europa, incluida España, la noche del 25 al 26 de enero de 1938…” −Me miró, sonrió y como si enseñase su mano ganadora me dijo: “−Te has quedao to´picueto” −a lo que solo le pude contestar: −“me has dejao con el culo torcío”− y nos echamos a reír. Pasamos una tarde entre miles de anécdotas que había oído miles de veces. Curiosamente, esta nunca se la había oído.

Fue una de las últimas conversaciones coherentes que tuvimos antes del fatídico mes de Julio. Solo un par de meses más y hubiese podido contarle las aventuras de mi viaje a Groenlandia. Lo hubiera disfrutado tanto o más que yo porque solo su amor por la naturaleza superaba su naturaleza curiosa y sus ganas de aprender, que no abandonó ni con 91 años.

Estuviste en mi mochila todo el viaje. Gracias, papá.