Desde mi ventana este Junio se estrenó con nieve en las cumbres de las montañas. Otra emoción en el recuerdo me acerca a la mirada desde el avión sobrevolando los picachos de Spitsbergen y desde el cielo surgía la pregunta… ¿habrá espacio ahí abajo para poner los pies en tierra firme?.. una isla abrupta sembrada de nieve y estampada sobre el azul del mar.

Longyearbyen es uno de esos pueblos donde uno rápidamente se percata que no queda nada más allá, en el límite donde lo humano enfrenta cara a cara su propia naturaleza y soledad; si traspasas esta línea lo que está en juego son las leyes propias de la naturaleza y las culturas al desnudo.

Longyearbyen camping, el más cercano al Polo Norte del planeta, aglutina espacios de quietud con otros donde las dinámicas muestran el trasiego expedicionario. Las persones multilingües caminan con la mirada al encuentro de otras en el placer de la compañía, es frecuente descubrir sobre el hombro algún rifle mientras se respira el aire frío que traspasa la tibia caricia del sol en las mejillas.

Un velero nos sirvió de “lanzadera” para transportarnos junto con los kayaks al otro lado de la costa que enfronta la ciudad de Longyearbyen y desde allí emprendimos la incursión en tierras árticas.

Svalbard te enfrenta con una consciencia siempre presente de nuestra condición humana,  la necesidad de acoplamientos armónicos con la naturaleza… ocupamos un espacio que no nos pertenece y nuestra pervivencia pasa por el respeto y la co·laboración.

En agosto los días no tienen fin y el sol describe círculos contorneando el horizonte. El grupo de persones que constituimos la expedición ha tomada cohesión y el talante es jovial de manera que el esfuerzo de las horas de remo, montaje del campamento y guardias en las horas de sueño se pasa con espíritu aventurero y animoso.

Soportar el rifle en mis manos, guardián del sueño de mis compañeros despertaban en mí emociones de confianza y ternura al mismo tiempo que el deseo de soltar el arma y correr en busca del oso polar para mostrarle mi gratitud y amistad. Caminar unos pasos entre la tundra y el mar con el saco de dormir bajo el brazo para abandonarme en los sueños de la tierra desnuda, al raso… fue una experiencia ancestral.

Los fiordos son poco profundos en Svalbard y la navegación en kayak queda al antojo de un mar ártico al que le son merecidos todos los respetos y donde las aves siempre presentes acompañan en su vuelo el aleteo de las palas.

Toparse en el paso de los días con la ciudad de Pyramiden es como caer en un sueño profundo, y confirmar que los sueños también son realidades.

Timo

Nagol/Andorra 2-06-2011

(Fotos: Sergio Camacho)