Por Judit Rodríguez Manotas, ganadora del 1er Concurso «Viajaré a Tierras Polares», donde poníamos en juego un viaje de iniciación Polar a Noruega.

“¿Un concurso? Así que sortean un viaje… ¡Vamos a probar suerte! Aunque con las fotos tan chulas que hay será difícil ganar. Pero claro, si no lo pruebo segurísimo que no me toca. Y además piden un texto. ¿Y que les cuento yo ahora? Los demás están con el modo profundo on; pues yo esta tarde me siento Bécquer. Vamos a contar sílabas y a ver qué sale…”

Y al final resultó que gané y, por supuesto, lo flipé. Tan sólo con la ilusión inicial de que mi foto y mi texto hubieran sido los elegidos habría tenido felicidad para un rato largo, pero había más, mucho más: un pedazo de viaje a Noruega para hacer la Ruta de los hermanos Amundsen y, además, en plena Semana Santa. ¿Qué más se puede pedir?

Desgraciadamente, el viaje sólo era para una persona, así que a mi madre le entraron las preocupaciones habituales de las mamás porque yo me iba a ir sí o sí. Pero en cuanto Sonia, una amiga del trabajo, se enteró de en qué consistía el viaje, se apuntó sin dudarlo junto a su hermano Andreu y sacrificaron sus vacaciones de verano australianas por unas, sin duda, mucho más originales. Así pues, empezamos a prepararnos para la aventura. Y digo aventura por que para mi así lo ha sido.

Y ahora, vamos ya al ajo, que es lo que interesa. Todo empezó una calurosa noche (sí, habéis leído bien) en Oslo cuando Ritxar, el guía, nos vino a recoger para llevarnos, junto a otras personitas, a Beitostolen, a unas 3 horas en coche de la capital. Justo cuando llegamos nos fuimos directos a dormir: teníamos reservada una cabaña súper cuca, en medio del bosque y muy cerca de un lago congelado. Despertarse al día siguiente y disfrutar del paisaje fue precioso.

Con la barriga llena empezamos a preparar los perros para llevarlos a Jotunheimen, una cadena montañosa donde se encuentra el pico más alto de Noruega. Allí cargamos los trineos y colocamos a los perros nosotros mismos con la ayuda de dos guías la mar de majos: Jytte y Piza. Después de ponerles los arneses y atarlos en cada trineo, empezamos la travesía. Los perros, ansiosos por darlo todo y correr hasta el infinito (y más allá), tiraron de nosotros con muchas ganas. Pese a que ya empezaba a hacer calor y la nieve empezaba a perder calidad, esos dos días disfruté como una niña conduciendo el trineo junto a Sonia y cayéndonos en ocasiones con los “baches” del camino.

Cuando se acabó la primera expedición volvimos a Beitostolen donde Elisa, junto a su familia, compartió con nosotros una cena barbacoa típica noruega justo al lado del lago congelado, con unas vistas y un ambiente que no tienen precio. Esa noche dormimos en una tienda típica de Laponia con vistas al lago, utilizando pieles de reno como colchón y disfrutando de un fuego en el centro.

La siguiente expedición la hicimos con esquís de fondo, tirando de nuestras pulkas, y adentrándonos entre caídas y risas al interior de la montaña. Eso sí, fuimos siempre acompañados por unos roedores muy graciosos, los lemmings (dicen que en verano, si te ven en bañador, te muerden xD) En este caso, tuvimos que poner un poco más de nuestra parte y sacar fuerza de piernas y brazos para avanzar durante dos días más.

En ambas ocasiones dormimos en tiendas de campaña, disfrutando de noches tranquilas, oyendo únicamente el sonido del viento, y de despertares fresquetes en los que, al notar un frío importante en mis pies, me acordaba de mis amigos cuando me decían “¡Cuidado con los deditos de los pies!”. Pero es lo que tiene dormir en plena naturaleza.

Bueno, en resumen: ¡una experiencia chulísima! Me ha encantado disfrutar del aire puro, de ambas expediciones, de la gente con la que nos hemos cruzado (tanto guías como compañeros), de las preciosas extensiones blancas, del compañerismo que se respira en la montaña, de las auroras boreales (aunque no se dignaran a aparecer, pero que nos proporcionaron momentos graciosos), de las comidas en islas de rocas y de las cenas dentro de las tiendas alrededor del calor que desprendía el deshielo de agua para beber…Podría seguir diciendo más cosas pero no acabaría, así que acabaré con un sincero “¡MUCHAS GRACIAS!”.

Nos vemos por otra tierra polar, con la mochila, las botas y unas ganas tremendas de repetir. ¿Será Groenlandia la elegida? :):)