Patricia Olazábal Herrero
La isla del silencio y el estruendo: Groenlandia
Las últimas dos semanas han pasado volando con preparativos, pero por otra parte estaba impaciente de que llegara el 28 de agosto. Y sí, por fin suena el despertador a las nueve de la mañana: la mochila está prácticamente terminada, pero siempre falta algo por meter. La víspera había dejado a la entrada lo imprescindible: el pasaporte, la tarjeta sanitaria y la documentación del viaje: La ruta de Erik el rojo.
La mañana transcurre sin prisa pero sin pausa y a las dos llego a la parada de autobús que me conduce al aeropuerto. Empieza bien, el autobús parece que me está esperando. Creo que el conductor nota mi sonrisa de oreja a oreja; estoy de vacaciones y ¡me voy a la isla más grande del mundo!
El viaje es largo, más de 24 horas, podría llegar a Australia, pero no, he elegido Groenlandia. ¿Qué me llamó la atención? Un anuncio que decía: kayak entre icebergs. Mi experiencia era escasa: dos días de kayak en la ría de Plencia en todo el verano, y de los icebergs qué voy a decir: ¿cuentan las fotos del National Geographic?
En el aeropuerto de Bilbao tengo poco tiempo de espera y lo dedico a enviar los últimos whatsapps de despedida. En Barcelona me esperan 5 horas y media pero llega mi segundo punto de suerte: una pareja piensa, por mis botas de montaña supongo, que viajo con ellos a Islandia. Cuando les digo que voy a Groenlandia, se quedan boquiabiertos y pasamos una tarde estupenda intercambiando nuestros futuros planes y viajes. David es fotógrafo y me enseña a preparar mi cámara para fotografiar auroras boreales: ¡estoy lista!
Por fin embarco rumbo a Reikiavik, allí empiezo a conocer a otros viajeros de otras rutas de Tierras Polares: somos inconfundibles con nuestro look de montañero aficionado.
El viaje es corto y, justo antes de aterrizar, David dice estar viendo una aurora boreal. Estrella se ríe y le dice que por favor deje dormir al resto de pasajeros. Me acerco a su sitio y veo una especie de nube blanca. Sonrío, pero por educación. De repente, las azafatas apagan todas las luces, hasta las de emergencia; David, tenía razón: el hilo de luz blanca, torna a verde y luego desaparece. Me vuelvo a mi asiento y aparece otra: esta vez es blanca, verde y roja. Me digo a mí misma, ¡este viaje promete!
Al día siguiente tengo tiempo para ver Reikiavik en hora y media. ¡Qué bonito y soleado! No quiero perder el avión, así que dejo algo de visita para la vuelta.
En el aeropuerto encuentro dos tipos de personas: inuits y nórdicos. Me resulta curioso ver a los inuits: bajitos de rasgos asiáticos, tostados por el sol y muy sonrientes. No describo a los nórdicos, son más que conocidos en España.
Sobrevolar Groenlandia es increíble: veo un iceberg por primera vez, bueno ¡cientos!; el color azulado del hielo y su reflejo en el agua me maravillan.
Al aterrizar en Narsarsuaq, la lluvia nos recibe en todo su esplendor. Soy del norte de España, este tiempo me resulta familiar, si bien tengo la esperanza de que el sol brille algún día. Sara, mi contacto de Tierras Polares, me había dicho que no coincidiría con nadie de mi grupo en el avión. Lo que nunca imaginé fue que en el cartelito estuviera escrito mi nombre: como si fuera una mujer de negocios. Andrea me recibe enseguida y me explica que voy a estar en dos grupos: uno de kayak y otro de trekking. Confieso que me desconcierta un poco al principio, pero tengo muchas ganas de conocer a ¡mis primeros compañeros!
Nora, de rasgos nórdicos, pelo castaño y abrigada hasta las cejas, me conduce al puerto donde me espera Nil: un inconfundible capitán con barba blanca. Evidentemente nunca había oído hablar de él, ni de sus bromas. El trayecto en zodiac son 10 minutos: corto pero intenso. Vienen también una pareja de austriacos que van a hacer 15 días de trekking. Nos dice que nos sentemos a su lado, muy hacia atrás. Nuestras mochilas van al medio. Una vez sentados pone la zodiac, casi vertical y parece que nos persigue un tiburón de la velocidad que lleva. Pienso: mi mochila va a ir al agua y yo detrás…. Pero no, Nil es un gran patrón, al que le encanta sorprender a los viajeros, me daré cuenta con el paso de los días. Miriam me recibe en el puerto de Qassiarsuk y me lleva al Leif Eriksson Hostel.
Tras una sopa de pescado bien caliente, vuelvo a subir al Land Rover hacia mi primer destino: Tasiusaq, la bahía de los icebergs más bella del sur de Groenlandia. Me hubiera parado en cada curva: ¡qué paisaje más espectacular y mi viaje no había hecho más que empezar!
Al llegar al albergue ya están mis compañeros y guías preparados para el aprendizaje de kayak: no parece que esperen a nadie, pero Leticia enseguida me da la bienvenida. Aprendo rápidamente que en Groenlandia todo y nada es posible y, sobretodo, que los planes pueden cambiar en cada instante… Immaqa es el lema de mi aventura.
Me asignan un kayak doble con Luis, padre de Mario: subcampeón del descenso del Sella. Pasamos la tarde en una zona de la bahía sin icebergs para poder practicar: parece sencillo, me veo ágil y disfruto más que nadie. No entraña ninguna dificultad.
Volvemos a dormir al Tasiusaq Hostel; nos disponemos a preparar lo mínimo indispensable para pasar una noche en tienda: Adrián nos insiste en la importancia de no dejarse nada. Al día siguiente Gabriel nos reparte las bolsas estancas y cargados con saco, esterilla, tienda, comida y ropa, nos dirigimos a la bahía donde habíamos dejado los kayaks la noche anterior. Empezamos a cargarlos: es importante que todos los recintos estancos estén bien nivelados y cerrados; lleva su tiempo. Leticia y Adrián revisan todo, ¡llevamos unos guías formidables y estamos listos para partir!
Por fin comienza nuestra aventura: yo creo que estuve dos días con la boca abierta rodeada de icebergs. Hay bruma pero no llueve. La ropa del kayak está seca y el ejercicio hace que no pase ningún frío. El disfrute es máximo. ¡Supera mis expectativas, si cabe! Paramos para ver unas rutas vikingas y después nos adentramos de lleno entre los icebergs.
De repente un águila sobre un iceberg remata la estampa pintoresca. Pero el primer día de kayak se me hace muy corto. Empieza a llover con intensidad: una aficionada como yo, cree estar en al filo de lo imposible. La travesía en kayak con bruma es más auténtica. Adrián decide guiarnos directamente a la zona de acampada. Hay que instalar las tiendas antes de que diluvie.
Llegamos a la playa, no es paradisiaca con palmeras, pero en ese momento me gusta más que cualquiera del Caribe, y comienza el desembarco. Con rapidez nos instalamos y parece que cesa la lluvia.
Por la tarde hacemos un trekking subiendo a una colina desde la que divisamos Eqalorutsik Kangilliit, un glaciar al que no se puede acceder por kayak, por la gran cantidad de icebergs que hay. Entre risas, las chicas nos hacemos la foto del perfil de whatsapp.
En el descenso no tenemos tanta suerte y vuelve la lluvia. Mi sexto sentido me había dicho que no me quitara la ropa impermeable del kayak: ¡todo un acierto!. No podemos hacer fuego de campamento, así que pasamos el resto de la tarde en el tipi.
A la madrugada siguiente, abro la cremallera de la tienda, y al alzar la vista contemplo la playa, nuestros kayaks y los icebergs al fondo. El silencio es absoluto, ¡no puedo pedir más!
Tras desayunar y recoger las tiendas, comienza una expedición más larga que la del día anterior; además, la mayor parte del tiempo remamos en fila sorteando icebergs.
Disfruto del sonido de las paladas en las aguas tranquilas, interrumpido de vez en cuando, por el ruido de algunos icebergs que se parten por el deshielo o por las indicaciones de Adrián y Leticia.
El grupo es muy heterogéneo, en lo que habilidad con el kayak se refiere, por lo que paramos frecuentemente para esperar. Algunos protestan pero a mi no me importa; en medio de ese paisaje remar a un ritmo más tranquilo resulta todo un lujo: espero que mi memoria nunca lo olvide. Llega un momento en el que me empieza a parecer hasta normal lo que veo. Patricia, no te acostumbres que esto sólo lo puedes ver aquí, me digo a mí misma. Al mediodía nos acercamos a la zona del fiordo donde los icebergs están más activos. Dejamos los kayaks en la playa de una pequeña isla rodeada de icebergs para hacer el picnic. De repente oímos un estallido: un iceberg a escasos metros se ha dividido en dos. Nuestra cara de asombro es como la de un niño al entrar al salón el día de los Reyes Magos. Al tiempo otro iceberg comienza a rolar y otro se desplaza despacio como si supiera que le queremos grabar. Por favor, que no se acabe esta película nunca. Y si termina, ¡dadle a rebobinar!
Por la tarde, seguimos rumbo al albergue hasta que los icebergs están tan próximos que puede ser peligroso navegar entre ellos. Además empieza a soplar el viento y la corriente nos puede hacer colisionar. Unos minutos para contemplar las paredes de hielo que nos interrumpen el camino y a remar con decisión dejando icebergs a babor y a estribor para evitar cualquier mínimo contratiempo.
Me doy cuenta que el kayak está llegando a su fin y pido una prórroga. No me puedo creer que tenga que abandonar ya mi primera aventura. Mis compañeros aplauden mi propuesta y casi todos seguimos en dirección a otra playa escondida que nos conducirá a un lago. ¡Gracias Adrián!
Avanzada ya la tarde volvemos al albergue y Leticia nos espera con un rissoto de hongos increíble: ¡algunos repetimos dos veces! Después de una jornada de kayak, qué más se puede pedir.
Mi primera aventura termina y toca despedirme de mis primeros compañeros de viaje. Ni Gabriel, ni mucho menos yo, sabemos que pasará al día siguiente. Impaciente por conocer mi plan, formulo mil y una preguntas: ¿voy contigo? ¿voy al valle de las mil flores? ¿cuántos vienen mañana? Para todas ellas, obtengo una única respuesta: Immaqa… Mañana empiezo el trekking y, como todo en Groenlandia, la ruta puede cambiar. Esa noche aprendo el significado real de la palabra y sustituyo, mi ansia de saber, por la emoción de un nuevo día, una sorpresa, una nueva aventura, unos nuevos compañeros… Al fin y al cabo, llevo tres días en Groenlandia y cada día me ha sorprendido más que el anterior.
Me levanto por la mañana y, mientras desayuno, Gabriel me dice que iremos juntos de Tasiusaq a Qassiarsuk andando y que allí nos dirán nuestro destino; parece que el campamento Mellem lo han desmontado por la nieve. Recorremos nuestro camino entre la niebla, divisando algún lago y en compañía de algunas ovejas; a pesar de la bruma, admiro el paisaje de mi primer trekking con mi guía particular.
Llegamos al albergue y tras una ducha de agua caliente reconfortante, conozco a mis nuevos compañeros de viaje y nuestro nuevo guía: Francesco. Además, Gabriel me confirma que nos acompañará también; me gusta la noticia, ¡qué lujo!: dos guías a falta de uno. Y efectivamente, debido a la nieve y el frío, nuestra expedición se dirigirá al campamento del hielo. Me seduce el nombre, aunque con tono irónico y entre risas le digo a Gabriel que si por el frío vamos al campamento del hielo, cómo sería Mellem. Había visto alguna foto de mis compañeros del kayak, pero decido no pensar en lo que no voy a ver, sino en la fantástica aventura que me espera: Fletanes.
Sigue lloviendo, así que deciden que partiremos al día siguiente. Todo cambio tiene un efecto positivo en este viaje: somos premiados con un exquisito salmón recién pescado para cenar. ¡Lástima! no recuerdo el nombre del cocinero, sí de su restaurante en Madrid: Negro. Pendiente está mi visita a la capi y la degustación de sus platos.
Durante la cena, comenzamos a hacer grupo; casi todos vamos solos, por lo que resulta mucho más fácil. Cada uno tenemos una vida distinta en nuestro lugar de origen, pero en inglés nos comunicamos todos y tenemos algo muy importante en común: ¡estamos expectantes a aquello que la isla más grande del mundo nos ofrece!
Al día siguiente navegamos rumbo a Narsaq con Nil. Aunque le conozco de mi llegada al aeropuerto sigue sorprendiéndome: en cuanto llegamos a la primera zona de icebergs, con formas caprichosas y tonos blancos y turquesas, acelera más, si se puede, escora la zodiac, y empieza a dar vueltas sobre un iceberg de indescriptible belleza; todos rompemos en un aplauso: ¡Bravo!
Me alegra no desconectar por completo de los icebergs; la sensación es muy distinta a la de remar en kayak, pero es también espectacular. Llegamos a Narsaq y con pena despedimos a Nil; quién sabe si volveremos a vernos… Immaqa. Allí conocemos a nuestro séptimo compañero y zarpamos en otra lancha rumbo a Fletanes. Navegamos por Ikersuaq, un fiordo en el que habitan dos crías de ballena; otros viajeros las han divisado. Nosotros no tenemos esa suerte pero la belleza del paisaje es impactante. Al llegar, divisamos el puerto, perdón, el acantilado en el que la zodiac puede atracar. Sigue nublado, por lo que la vista de los tres glaciares es más auténtica. Desembarcamos y comienza la cadena de las mochilas. Llegamos al campamento y como si todo estuviera preparado, empieza a despejar; ¡qué maravilla!: ver el sol en Groenlandia, tras cuatro días de lluvia y nubes, es todo un regalo. Después de instalarnos en los domos y comernos el picnic llega un nuevo cambio de planes: la zodiac no puede salir así que comenzamos un trekking que bauticé Contrastes de Groenlandia. Desde el campamento subimos por un desierto de arena, si me permitís llamarlo así, hasta el lago en el que divisamos una familia de caribús, o Santa Claus´ assistants, como los denominaba Gabriel. ¡Qué ganas de bañarse!, pero sin traje de baño, de momento, no parece la mejor idea… Immaqa!
Seguimos ascendiendo, disfrutando de los colores otoñales de la tundra; el cielo está cada vez más despejado. No lo creemos; casi casi, nos podemos quedar en camiseta. Al llegar a la cima, el imponente glaciar fragmentado en tres trozos nos deslumbra. Pasamos un buen rato, casi sin hablar; sólo queremos contemplar la maravilla del mundo que tenemos delante. Durante el descenso la posibilidad de ver auroras boreales aumenta, y de repente, al llegar, se hace cierta, casi por instantes. Contemplo el atardecer frente al glaciar sin nube alguna, el sol se refleja en el agua y en el hielo… Romántica… se queda corta la estampa.
Decidimos cenar para no perder ni una aurora boreal, pero aquí comprendo que cada momento es único y ¡hay que aprovecharlo! El viento trae las nubes de nuevo y adiós auroras. El sitio sigue siendo maravilloso, su silencio, su oscuridad… Un lugar ideal para compartir con gente especial como la que sólo allí se puede conocer, lejos de mi ciudad con su contaminación, las tiendas, los bares… al fin y al cabo, lejos de mi rutina, mi trabajo con mi maquillaje, mis vestidos y mis zapatos de tacón, mis partidos de pádel y mis clases de pilates.
La noche y la tormenta parecen no terminar nunca. El sonido se compone de estruendos provocados por los icebergs que se desprenden del Islandis, el ruido de las gotas de lluvia sobre el domo y ¡cómo no!, pues no podía faltar, algún ronquido de algún compañero de viaje…
Es extraño, pero hasta el descanso interrumpido durante la noche es agradable. No así tanto el despertar con la niebla, tan espesa, que impide ver el glaciar de enfrente. Mi pregunta inocente al entrar en el domo de guías: ¿creéis que abrirá? A lo que me responden: si encuentras la llave… Qué sencilla y divertida la explicación de un fenómeno de la naturaleza incontrolable y no por ello menos cierta. La llave es la esperanza y así fue, al cabo de una hora, pudimos cruzar el fiordo y hacer el trekking sobre el glaciar. Todo un regalo, puesto que nuestro viaje no lo incluía. Tierras polares no deja de sorprenderme y tiene recursos para todo. Contemplamos los glaciares a escasos metros mientras las gaviotas revolotean a nuestro alrededor hasta que Jorge nos dirige a nuestro destino: Qaleralik, por fin pisamos el glaciar sobre crampones.
La subida es fácil: pasitos cortos mientras admiramos las grietas azuladas y el discurrir del agua por las mismas. La bajada no tanto, pero entre risas por la postura, sigo maravillada por la actividad del glaciar.
Jorge lamenta que la visita sea breve porque el fohen puede impedir atracar en el campamento del hielo y tenemos que partir antes de lo previsto. Descuida, ¡mis retinas lo han grabado todo! Una experiencia increíble, ¡gracias!
Subimos de nuevo a la zodiac para contemplar la actividad del glaciar de cerca. De vuelta al campamento, descubrimos que un iceberg caprichoso se ha colocado en nuestro puerto. Gabriel, Francesco y José, un gruísta de Zaragoza, pretenden moverlo con un par de cabos, ante la carcajada generalizada del resto. Finalmente desisten y conseguimos atracar en otra roca próxima.
Tenemos toda la tarde por delante y Francesco nos ofrece, a los más inquietos, un trekking por los acantilados. Divisamos el glaciar en todo momento, o en ninguno: el camino es tan accidentado y resbaladizo que no caerse es un triunfo, pero lo conseguimos. No llueve, pero el cielo es más blanco que el glaciar.
El sol está más desconectado y de vacaciones que nosotros, pero la temperatura es agradable. Los días se acaban para mí y al llegar al campamento decido hacer algo diferente e imprevisto para el resto: baño en el glaciar a ¡¡¡2ºC!!!
Una experiencia inolvidable, no sentía los pies, pero la salida fue buenísima, sin frío y ¡con la circulación re-activada para varios días! Mis compañeros de campamento no dan crédito a lo que ven, pero sí, alguna locura había que cometer. A las nubes parece que no les gusta la idea, y tras la cena comienzan a llorar sin parar: pierdo la esperanza de ver auroras; sin embargo, me he bañado entre icebergs y frente al glaciar, ¡no todo el mundo lo podrá contar!
La última noche transcurre sin fuego de campamento, pero contando anécdotas y muertos de la risa. No quiero ni pensarlo, mañana vuelta a Qassiarsuk y pasado a España…
Al día siguiente comienza la despedida, Gabriel se queda de responsable del campamento y nos subimos a la lancha rumbo a Qassiarsuk vía Narsaq; queda poco tiempo y quiero exprimirlo al máximo: disfruto del trayecto entre icebergs, cascadas y el viento rompiendo en la cara….
La ducha al llegar al albergue es gratificante pero signo de que la experiencia llega a su fin. El cuerpo lo nota y empieza a salir el cansancio. Quiero estar despierta pero ante la ausencia de auroras boreales me quedo dormida enseguida.
A la mañana siguiente no quiero ni oír hablar de la vuelta a casa. Despedidas… y al aeropuerto en la zodiac de Nil. Al llegar Andrea me pregunta por mi experiencia, ¿has disfrutado? Mi respuesta es contundente: ¿me puedo quedar? Sin ninguna gana e intentando perder el avión, me subo en él. Con la pena de irme y la alegría de haber vivido esta gran experiencia, acaba mi aventura en Groenlandia. ¿Volveré? IMMAQA…